viernes, 20 de abril de 2012

En mi rincón


Hay en mi rincón un espacio para ti y en él, ni la penumbra, ni la luz, ni el silencio o el ruido anidan, respetando tu presencia. Ese lugar tan tuyo en el que vives y no habitas, es tan cercano y tan íntimo que cuesta trazar la línea de dos existencias separadas. Y te veo, aunque no habites, te oigo sin palabras, te siento sin rozarte, te hablo sin respuestas: aunque no estés, te amo y me entrego a tu anhelada presencia.

                Vivo en tu espacio que es el mío y vives en mi rincón que es el tuyo. Así te siento en el eco de tus sonidos agudos; acaricio tu piel indefensa y dialogo con mis palabras tan tuyas. Tú conmigo en mi misma sombra y en mi luz tan cierta que todo traspasa. Yo contigo en tu mismo silencio y en el eco sonoro de la distancia. Fundidos en el mismo fuego bajo el calor de las miradas silenciosas que desnudan los cuerpos atrapados por las llamas: aunque no estés, te amo y me entrego a tu anhelada presencia.

                Hay en mi rincón un espacio que hace mía tu pisada, que se apropia de tu risa y se emociona cuando  lloras; que se adueña de tus sueños y suspira por quimeras. Ese rincón se ilumina cuando evoco tu mirada y cobra vida con recuerdos de lo que en  otros tiempos  disfrutara.  Pero no es pasado lo que vivo ni es deseo lo que siento pues juntos atravesamos la línea que nos separaba.  Vivo en tu misma vida y tú vives en mi existencia. Y aunque no estés te amo y me entrego a tu anhelada presencia.

jueves, 5 de abril de 2012

SOLEDAD DE PLAZUELA

               Contemplando aquella tarde la plazuela recordaba momentos inolvidables junto a ti, mientras estabas. Tras los empañados cristales, saltaban gotas que resbalaban buscando el alfeizar. Fin y meta. Tarde primaveral tras la ventana. Y qué distinta aquella tarde por tu ausencia. Tan distinta de esos otros atardeceres de risas y alegrías, de sueños e ideales. Observaba sin sentimientos la plazuela. Desierta plaza colmada de soledad y tristeza, desnuda de sus flores y sus hojas. No había niños que jugaran ni mayores que conversaran. Silencio en aquellos metros de los que pocos pasos me separaban. Silencio diáfano en mi alma, embriagada del deseo de que tu vida me anidara.

              Contemplando aquella tarde la plazuela, recordaba otros momentos, otras estaciones, otras épocas. Te encontraba. Estabas en el tiempo mágico de aquellas horas y minutos que volaban tan precisas y certeras. Dirigías el vuelo con tu figura con la que se levantaban las tempranas hojarascas. Tu presencia acogedora y generosa invitaba a dar el salto, a fundirme en un abrazo, a decirte que ni presente ni mañana ni pasado. Estar contigo era lo máximo. Tus momentos eternos, tus estaciones tan bellas y tu historia de recortes y retazos. Tú estabas siempre. Esperando, con lealtad y con entrega, con sincero entusiasmo. Como el amigo que renuncia a su existencia para dar vida a los seres que se encuentra. Como aquella madre que reúne a sus hijos en el amanecer de una nueva luz y en el atardecer de las sombras. Y yo contigo. Fundiendo mi alma con la tuya. Hallando refugio en tus palabras, aquellas de susurro que el viento al levantarse proclamaba. Contigo. Buscando el frescor de la mañana, la ilusión de unirme a tu presencia y de clavar mi vida en tu regazo. Deseando esa caricia de tus brazos cercándome con tu pasión imperecedera.

                Contemplaba, si, contemplaba y no te encontraba. No estabas en esa plaza de mi vida llena de luz, enfundada a veces de tu hermosa sombra. No se oían las voces de los niños que corrían a tu alrededor, ni el trino de los pájaros que en ti anidaban. No se veían flores ni ramas, ni regazo con plantas que te adornaran. Aquella tarde en tu ausencia contemplaba la soledad de una plazuela desierta. Te han talado, si, y han truncado tu savia dejando huérfana la plaza. Como el amigo que en su esplendor se ciega y enferma de fama y es incapaz de volverse a lo sencillo. No da señales de vida, no consigna misivas ni palabras, no existe para aquellos que le hablan porque no tiene un hueco en su apretada agenda. A ese amigo le quiebran la humanidad y le talan en lo profundo de su alma. Ese amigo pierde la savia como el árbol cortado en mi plazuela. Y ese amigo deja huérfano a los suyos, aquellos que de verdad le aprecian y le han dado cobijo a su existencia. El árbol talado ha dejado huérfana mi vida y desabrigada a la plaza. Plantarán otro, aunque no será ya el mismo árbol ni el mismo calor ni el mismo cobijo. Habrá otro nuevo. Pero como ese amigo será difícil encontrar otro.

                                   

domingo, 18 de marzo de 2012

Teo

No puedo olvidar aquella  tarde de bochorno y de calor en pleno mes de septiembre. ¿Cómo olvidar que aquel día me reencontraba con mi tierra aunque pisara la tuya? Después de tantos años soñando y pensando con esos momentos, por fin llegaba el día señalado en mi agenda y deseado en el calendario, sin hablar de mi corazón. Te buscaba en medio del gentío que llegaba y se encontraba con los suyos: abrazos, besos, alboroto,  bullicio, ruido…que poco a poco acababa en un inmenso silencio en medio de lo desconocido. Y así en plena soledad del aeropuerto, cuando ya todo el mundo había desaparecido, me  encontré con todos mis bultos y maletas y con aquel calor agobiante con que aquella ciudad, la tuya amigo, me recibía y abrazaba. A modo de bienvenida, a falta de alguien conocido, allí estaba sola y con la mirada perdida buscando sin encontrar nadie, nada.   Era imposible, por lo poco que sabía, que te retrasaras tanto.  Y en la desesperación de un mundo nuevo por fin descubrí tu rostro y tu sombra, junto a ellas la de tu amigo Pedro. ¿Recuerdas? Algo que le pasó al coche, lo justo para retrasar el primer encuentro.

Han pasado casi siete años de aquello y mis recuerdos aún siguen vivos cuando se trata de ti, querido Teo, amigo. Tú bien lo sabes. Aunque nunca te lo he dicho, ese primer encuentro me quedó muy grabado. No se borra aquella primera impresión al verte por primera vez. Por mi mente vagaron ideas confusas e imprecisas  en búsqueda de algo con qué definirte y delimitarte. Confieso que lo primero que se me ocurrió en mi interior, era decirte feo. No tenías nada que pudiera atraerme o cautivarme.  Grave error: aquellos primeros días me demostraste lo fuerte y deslumbrante de tu belleza y de tu maravilloso mundo interior.

Cuántas cosas tengo que agradecerte, querido amigo, cuántas. Siempre tu apoyo y cariño, siempre tu estar a mi lado para lo bueno y lo malo. Siempre cercano y prudente a mis cosas,  y en todas con  enorme respeto. Amigo de confidencias, sereno y discreto, gran consejero y cercano. ¡He aprendido tanto contigo! Tu sentido de la lealtad y la fidelidad, esos tan olvidados. No, no dejas tú de escribir un correo, contestar una llamada. Jamás te haces  el entretenido o el ignorante, el bandido, o el canalla. Tu humildad y sencillez no te lo permiten. Ahí estás siempre. No te crees nada. No piensas que eres alguien más que los otros. Tú sacas de tu tiempo, ese que no tienes, para interesarte por el otro. Te entregas a fondo. Contigo es posible la amistad y el cariño desinteresados difícil de encontrar en una relación entre hombre y mujer, condenada al parecer, a pasar necesariamente por el sexo. Quiero que sepas y que sepan, que eres alguien muy especial en mi vida y que sin ti, la mía, mi vida, no hubiera sido igual.

Cuando me has llamado esta mañana y me has dicho que tu padre se ha marchado, mi corazón ha dado un vuelco por el agujero de soledad que deja en tu vida. Siento su marcha y siento tu adiós a alguien tan querido para ti y reflejo de tus propias vivencias y de esa integridad y coherencia de la que tú amigo, eres un digno reflejo. Me tienes a tu lado, a pesar de la distancia. Contigo, también pronuncio tus versos, esos versos de hoy que son para tu padre como ya hicieran otros y como tú, amigo, haces porque además, tú eres, sin que presumas de ello, un gran poeta.

Vendrá desde muy lejos a buscarme,
por los infinitos espacios de la tarde
y entonces sentiré la primavera
y seré como una luz, luz de mi padre.

viernes, 2 de marzo de 2012

Momentos

 

                Esos momentos son muy especiales, todos los vivimos y sabemos de qué hablamos cuando hablamos de lo que sentimos, sea presente, pasado o futuro. Es la magia que hace que todo se transforme y renueve, y ahí estamos cuando sucede: lo que antaño era gris, se presencia en verde o rojo o en fuego y se disfraza de otra apariencia, de otro esmalte y matiz. Busca en el arco iris lo que mejor encaje, lo que mejor conforme la explosión de sensaciones, aromas y sonidos celestiales. Todo es poco para plasmar ese cuadro de renovados sentidos, y esa estampa de emociones imperfectas e infinitas que nos tiende un puente hacia lo diferente y desconocido. Por él avanzamos siguiendo las huellas que nos traza quien se lanza a la conquista y oferta seductora y nos envuelve en sus deseos de batalla sin cesar, hasta lograr la victoria y obtener el triunfo.

                Es un estado diferente, que se aleja de lo usual y convierte en novedad lo rutinario. Nos hace subir y bajar, gritar y callar, reír y llorar, y soñar, sobre todo soñar. Viajamos a mundos desconocidos, con cierto respeto y temor. Nos adentramos en caminos inexplorados, en sendas sin pasos, en trayectos insospechados. Y en pleno recorrido buscamos un poco de sentido, de cordura y sensatez pero puede más la caza de ese tesoro depurado al fuego, que cualquier lógica que nos aleje de esa pasión que nos abraza y nos eleva a lo supremo del placer. No hay días sin lluvia, aunque sean sin agua; no hay noche sin luna, aunque estén nubladas; no hay tormentas, rayos, nieve o sol. Todo es hermoso en ese estado donde lo más difícil y costoso se transforma en belleza y en perfección; donde la apariencia no es más que un espejismo de lo que anhelamos y la espera ansiando con el corazón.

                Cuando tengo la suerte de verte, todo esto se acumula. Allí en ese rincón sevillano que tiene nombre taurino y está cruzando la orilla, frente a un lugar de solera, por antiguo y distinguido, allí me encuentro contigo y conmigo y de un golpe se avivan los sentimientos dormidos. Frente a un cuadro, alguien conocido, que aún apreciando café pidió su licor preferido. Hoy me encuentro contigo, me sitúo junto a ti y con mis ojos te busco y en medio del gentío, te he hablado y te lo he dicho. Sin palabras ni sonidos. Te he dicho que eres mi cúspide y mi cumbre, y que el vértigo de alcanzarte no me impide correr hacia la meta; te he dicho que eres mi tesoro, aquél que por oculto dobla su valor, como el oro. Te he dicho eso y tantas cosas que ya no sé qué te he dicho. Déjame que te diga, una más: sin estos momentos, mi vida, enfundada de rutina, carecería de sentido.  

viernes, 24 de febrero de 2012

De carnavales y fallas

Hemos enterrado la sardina y, aunque  agotados los carnavales, Valencia sigue de fiestas y así, preparando el ambiente fallero, está aquello que arde antes de tiempo. Carnavales en Valencia, si, aún duran. Es lo que seguimos contemplando a pesar de lo dicho antes, que ya enterramos la sardina.

Porque en los carnavales  la gente aprovecha para disfrazarse  y cambiar,  transformar el rostro, ocultar las caras tras antifaces y máscaras y divertirse, sobre todo eso, divertirse. Lo mismo que ocurre en Cádiz o Río sucede en Canarias, Badajoz o en cualquier otro sitio. Y este año, la ciudad del Turia se ha unido de modo especial a esa fiesta “pagana” que anticipa un ayuno y austeridad de cuarenta días, si, por la Cuaresma.

No ha llegado aún el mes de marzo, ni la primavera, ni el santo José para que las fallas ardan y los ninots desaparezcan entre las llamas del fuego. Pero ni falta que hace que llegue marzo ni de las cenizas de aquellos. La ciudad parece un polvorín en el que el “fuerte” se ha armado en las principales calles y avenidas,  y toda la tribu se ha lanzado a la conquista de “un no sé qué” parecido a “un sé lo que quiero”: armarla. Armar la guerra o la batalla, armar la bronca o la gresca, armar  alboroto o jaleo…en definitiva, eso, armar la contra, y armársela al gobierno.

Pero a falta de las verdaderas fallas, no me vengan con cuentos de que lo que “falla” es la calefacción, a consecuencia del no-dinero; no me digan que los “inocentes” estudiantes estaban helados o tiesos o congelados en las aulas del colegio; no me creo que estuvieran solos, tristes y aislados en semejante “recreo” que ocupaba vías y calles y en el que se recordaba a las madres de los “otros” con gritos y  alaridos y mucha falta de respeto…

La tribu enfrentada e impulsada por aquellos que no pecan de “nuevos”: Aquellos que con “valentía” alientan y ocultan su rostro tras partidos e ideologías; que piden  explicaciones a falta de poder pedir elecciones. Mal perder, eso sí.  Por eso ellos siguen, al menos ellos, en eternos carnavales, disfrazados de estudiantes, con máscaras que ocultan su cara, dura, la cara, por cierto. Es una fiesta para ellos, una primavera, un salir del letargo tras la reunión de Sevilla, y un comenzar de nuevo pensando en lo de “a rio revuelto”…Se anticipan a las fallas, ellos, que aún gozan de los carnavales, y recorren las calles como si fueran los sambódromos de Río con bailarinas incluidas  con sus plumas y medio-desnudo. A ellos sí que se les ve el plumero, que no el desnudo. Que tengan cuidado, no vaya a ser que cuando lleguen las fallas, ellos, los amigos de Zapatero, salgan escaldados del fuego, o lo que es lo mismo, anticipen su propio entierro…

Por Dios, ¿pensarán que aunque oculten sus rostros, seremos tan tontos de no reconocerlos?

martes, 21 de febrero de 2012

Del calor y del frio

Nuevos tiempos…pudiéramos afirmar que efectivamente vivimos en unos nuevos tiempos en esta primavera que con 19 grados, a las 6.30 de la tarde, y en febrero, nos hiciera pensar que hemos dejado atrás los tiempos del frío para inaugurar unos nuevos más cálidos. Pero no. Hay mucha gente que aún sigue pasando frío.  Frío interno, frio externo.  Mucho más frío del que pasamos los privilegiados que tenemos casa, comida, ropa, y sobre todo, el calor de las personas. Cuántos viven al refugio y abrigo de aceras, de entradas a cajeros, de bancos, de portales…Algunos con más suerte, al amparo de cartones que casi les cubren. Otros, además, y a falta del calor humano, junto a algún animal que les acompañe… Eso durante la noche. Durante el día se les ve, yo les veo en mi barrio, rebuscando en los contenedores de basura. Algo de comida, tal vez algo reciclable, algo de lo que se pueda obtener algún beneficio. Y en el portal de mi casa leo un cartel que no deja de impresionarme: “padres parados buscan de todo lo que ustedes no necesiten”. Dejando atrás la picaresca que genera el subsidio del paro y sin tener presentes a los que viven de verdad, del cuento, hoy, mi pensamiento es para todos los que viven a cero, pudiera ser que a cero bajo grados, bajo mínimos, en lo necesario para sobrevivir. Y al mismo tiempo hay mucha gente muy cálida que vive y desprende calor  en su entrega desinteresada y diaria. También mi pensamiento está con ellos. Con toda esa gente que integra organizaciones y asociaciones de carácter benéfico, que entrega su tiempo, su ilusión y su esfuerzo a favor de los que tienen menos y nos dan un ejemplo y un espléndido testimonio de lo que es ponerse en el pellejo del otro. Todos ellos luchan en comedores, bolsas de caridad de hermandades (ésas tan criticadas por su folklore), parroquias, cáritas…y tantas otras personas “anónimas” que ofrecen lo que saben y pueden para sacar un “extra” y entregarlo a los otros… Es el lado malo y el lado bueno de esta crisis en la que nos encontramos y de la que pudiéramos sacar algo positivo si pensamos en todo ello, si nos dejamos interpelar por todo…

Y sin embargo  hay gente que no se entera de nada. Vive en otro mundo, ni nuevo ni viejo, otro mundo, que parece atemporal, y que es distinto de todo lo otro, ajeno, mejor dicho. Ellos, políticos, sindicalistas, miembros del gobierno, estatal, regional o local,  ellos  (sin generalizar) viven en sus eternos tiempos de mariscadas, de Eres y de engaños, de fraudes y de enchufes, de sobornos y dineros extras, de manipulaciones…qué vergüenza y qué hartazgo.  Y a costa de todos. El guateque a nuestra cuenta, con nuestro dinero e impuestos. Esa es la lírica de la comedia real que presenciamos y vivimos todos los días. Lo  épico sería,  que toda esta gente pagara por sus delitos y no que siguieran haciendo de las suyas como si nada, y encima,  se vayan siempre de rositas...

jueves, 16 de febrero de 2012

COMO CADA MAÑANA

Le vi entrar como cada mañana, la mirada perdida buscando su mesa y su silla, las de siempre, junto a la ventana. Me pareció que lucía un aire diferente, distinto. Buscaba, sin éxito, respuestas, en su  bufanda, en el color y en la forma, y en la corbata. Nunca usaba chaqueta. Siempre al calor del abrigo y de un jersey de color impreciso, cercano al marino. Qué tendría de peculiar aquella mañana, qué era lo que se me escapaba y en lo que no acertaba. Una mirada más, me dije, solo una más. Y de nuevo repasaba su elegante figura y su aspecto impecable, el de siempre, el de cada día. Era atractivo, y lo sabía. Se sentía a gusto consigo mismo. Sabía de las miradas y comentarios. Su altura, su imagen, su brillo, y sobre todo su sonrisa. Amable con quienes le atendían, cercano a los que saludaba, cordial y afable, aún sin mediar palabra. No sabía su nombre y desconocía a qué se dedicaba. Ignoraba su estado sobre el que siempre me preguntaba, si bien, no me interesaba. Ahí estaba un día más, eso sí me importaba.

                Pensaba en lo que hoy le hacía diferente, y no me di cuenta, pero al echarle una ojeada, otra más, sentí que por primera vez me miraba. Me pareció incluso, que me sonreía con cierta complicidad. Ese minuto, me supo a poco, pero me dio alas y en ese vuelo inesperado, acaricié emociones y afectos, y sentí que el corazón se desbocaba. Confundida como estaba no sé si imaginé, soñé o lo pensé, pero su mano me rozaba. Sentía su calor y suavidad y mis dedos contraídos, reaccionaban. Tocaban su palma como quien conquista esa altura inalcanzable, la cima de una montaña, el blanco de las nubes que ligeras se desplazan o el sueño ideal de una noche que pronto acaba. Qué momento tan maravilloso, qué suerte y felicidad, esa caricia imprevista y deseada. Como ese amanecer lluvioso que con violencia descarga el agua y nos dibuja un grisáceo horizonte con rayos y desapacibles nublados, pero de repente, se abre paso para asomar al astro que nos abraza con su luz y calor inesperados. No hubiera imaginado, soñado o pensado un momento tan hermoso como el que esa mañana su sonrisa me regalaba.

                Pero aquellos minutos se desvanecieron de inmediato. De nuevo en el presente, al abrir los ojos, descubrí la razón que hoy le hacía diferente. Y me estrellé en plena mañana, sin esperar a la noche cuando todo se ilumina en la estela del orbe. Sin estrellas, me hundí en la realidad de la tierra, donde el horizonte se despliega y no hay cumbres ni cimas ni nubes que se rozan. Allí estaba él un día más, una mañana más de un nuevo amanecer. Allí en su silla y en su mesa, allí junto a su ventana. Y por fin, cuando mis ojos le miraron, descubrieron a ella. Era su mano a la que con suavidad tocaba, era su rostro al que con cariño acariciaba. Ella, la que subiría cumbres y rozaría las estrellas, la que miraría hacia abajo para contemplar la inmensidad de la tierra. Ella, tal vez una amiga, su mujer o una conocida, quizá una amante de pasiones ocultas y caricias escondidas. Ella a su lado, razón que justificaba esas diferencias que ni bufanda ni corbata lograban camuflar en la rutina diaria.

                Y ahí estaba yo, contemplando aquella estampa. No había rabia o celos, ni furia o cólera en mi mirada, y en mi interior, nada se sobresaltaba. Miraba la escena y soñaba. Soñaba con ser ella y gozar de esa presencia, de ser yo la elegida y disfrutar del calor de su mirada, de su cariño y pasión; de ser cómplice y confidente de su historia y memoria. Nada. Pero en lo más hondo de mi ser y de mi alma, algo se alegraba, por él y por ella, por esos seres que se amaban y porque yo fuera testigo de disfrutar de esa mañana envuelta en el ardor de dos personas que con intensidad se entregaban.


                                                                                             

jueves, 9 de febrero de 2012

PALABRAS CON PALABRERIA

             


                Noche de perros, si, perros, en la noche. Los han soltado y correteaban ladrando por aquí y por allá, por todas partes. Brincaban tan alto que no he logrado contar cuántos eran los que se asomaban a la ventana de mi sueño. Tampoco he conseguido distinguir el color de la forma, la raza del tamaño y la  calidad del rugido. Más que perros parecían lobos. Enseñaban sus afilados colmillos deslumbrando en la oscuridad de la sombra. Brillo de perros que no de diamantes. Brillo enhebrado en un hilo de bramidos y lamentos. Brillo confuso y acusador. Fulgor y reflejo, en definitiva culpabilizando de algo dicho o hecho, enredado en la inquietud de la penumbra. Y la mirada acumulada con luz y fuerza señalando un no sé qué de torpeza. Un fallo y un desliz abocados a un traspié infeliz e indeseado. Perros o lobos se paseaban por delante de mi espejo, sin espejismo, en la noche abierta a las sensaciones inquietas. Una noche, si, de luna llena.

                Aún no entiendo cómo llegó aquella desafortunada palabra dicha o contada de aquella manera, al parecer, atrevida y osada. Hay días y momentos y minutos que debieran ser borrados del calendario de los pensamientos. Borradas las imágenes y borradas las ideas. Barridas del follaje que la palabrería suelta. Sin nada. Sin adornos ni aderezos, que la desnudez es bella en la palabra, y la sencillez en el término, la llave que enamora. Ese dicho desapacible, fruto de un momento familiar y campechano. Como el mismo fruto que se pierde, inoportuno entre la yerba, y de repente emerge, rueda y nos zarandea, a su gusto y antojo, hasta que nuestro cuerpo, sin remedio, abraza al vértigo y se une, por fin, a la tierra. La palabra que nos tumba, y a veces, hasta nos cava una fosa. Pero sigo sin comprender por qué no vislumbré esa brecha y ese habla traicionera. Por qué me atreví a jugar con la gracia que definitivamente no lo era y me hacía desgraciada por mi poca cabeza, mi falta de lucidez y mi altanería insensata.

                Cómo lamento amigo, esas palabras tan torpes que nos dividen y nos separan. Algo se rompe cuando se dice lo que no se debe y cuando no se acierta con los términos, las expresiones y frases. Algo se quiebra en ese escondite del alma donde moran el aprecio y el cariño, y no hay lugar para simplezas. Divide, separa, se rompe y no se acierta por lo que se quiebra… Y cuando repaso la galería de palabras aún resuenan algunas dichas y reconozco, eran poco apropiadas. No te mereces, amigo, este trato tan ingrato ni todos los malos ratos. No te mereces amigo, ese dolor que te pesa y que te recuerda todo aquello que he dicho. Te mereces una mirada como la tuya, serena, cautiva y seductora. Te mereces una voz como la tuya, envolvente y tentadora. Te mereces unas palabras como las tuyas, elegantes, amables y encantadoras. Te mereces un corazón como el tuyo, enorme y gigante y sobre todo, te mereces un alma de poeta en el que la humanidad solo entiende de grandeza.

                Noche de perros, si, noche en blanco. No duermo, y en mi duermevela solo siento pesar por aquellos momentos que no han sido míos y que he entregado a lo inmediato, aunque lo dicho sea dicho con aprecio y cariño. Esos que me llevan a desearte lo mejor, aunque expresado con torpeza. Poco me importa tu apariencia, poco o nada. Te quiero por ese interior que te honra como persona y que en definitiva, es lo que vale, y es tu tesoro…, es tu esencia.

               

domingo, 29 de enero de 2012

                                                                                         Para Antonio García Barbeito
                                                                           
    Con gratitud por la breve mención realizada en "Herrera en la Onda" el 25-01-2012

               
               Gratitud en enero
               
               Primavera bajo el cielo sevillano, a falta del azahar, invierno, en el calendario. Una fría mañana de enero de sol espléndido, y no salgo de mi asombro. Me hablan de su voz y me acerco a mis adentros, tal vez con la ilusión de un quebranto en su sonido, y el deseo, como siempre, de su cariñoso aliento. Es el eco del amigo que acuna sus mensajes y que alcanza el infinito a través de sus palabras. Qué hermosura en la mañana, imprevista e inesperada, qué belleza de recuerdo y qué calor el que traspasa. Sin decir nada, llegó el amigo, sin avisar, confundido en la alborada, como esa callejuela, de paredes blancas y encaladas. Callejuelas que sorprenden en la noche sevillana, sin principio ni salida, de balcones ataviadas. Calles que recorren el centro de nuestra alma, y que presumen orgullosas de sus flores tapizadas. Así el amigo también llega con el frescor y la blancura de esos ramos de ternura que florecen con el alba. Qué magia la de este día que despierta los sentidos y aviva como fuego, una llama de esperanza.
               Entre sueños y deseos, oigo la voz en la mañana. Un tejido de sonidos al compás de breves pausas, y esa espera en las palabras que tensa la ansiedad y la calma. El recuerdo del amigo por fin confirma mis sospechas, como ese amor primero, ese “te quiero” que llega cuando menos se le espera. O como esa mirada que nos inunda y se nos cuela, y sin buscarla, al final nos zarandea. Esa voz que me transporta a otros tiempos y momentos, y recupera sus minutos, -aquellos dorados minutos-, colmados de sentimientos. Qué amabilidad de palabras y qué ternura la suya, renunciar a su momento para evocar a la amiga.
              Se pierde esa voz de terciopelo y se silencia el tono y el sonido, pero queda la magia en el recuerdo teñido de gratitud y de cariño. No hay palabras ni sentidos con qué pagar al amigo pues la deuda es enorme, más que todos los tesoros y acuña un valor inalcanzable al que no llega, ni siquiera, el oro. Enorme ese recuerdo que enaltece y que revela, el lado amable del amigo. Se pierde la voz, si, y también el sonido, pero se encuentra a quien se aprecia por su humanidad y cariño.

domingo, 15 de enero de 2012

                                                                     Dedicado a mis compañeras de E.G.B
                                                    del colegio Mercedarias de la Asunción. (Sevilla)

              Llegaba en una tarde mágica y hermosa. Aquel día del adelantado invierno  soñaba  con  fuego y suplicaba al estío que mostrara su fuerza en algún espantado rayo. Luchaba diciembre sabiéndose vencedor de aquella contienda. Como el otoño, la misma batalla libraban nuestros atardeceres en los caminos recorridos por el alma: sin pasos para avanzar y huellas que recordar. También nuestro espíritu ganaba cruzadas bajo un cielo otoñal con hojas de colores, luces de sentidos y sonidos embriagadores. Y aquella tarde se hizo gigante entre alegres sonrisas que robaban la calma.

                Cuántas veces imaginé ese reencuentro confidente. Fantaseaba con abrirle el corazón a su mirada y que redimiera esas imágenes perdidas de la niñez. Los lugares que recorrieran por aquellas callejuelas, horizontes camuflados en paredes encaladas. Largas y delgadas travesías, recónditos escondites que robaban figuras y ocultaban presencias. Por ellas se colaban las risas infantiles y los inofensivos juegos  que acuñaban ilusiones y desafiaban a cuadernos y agendas. Aquellas calles testigos de la inocencia que igual recogían geranios que formaban ramilletes de azahares. Las mismas por cuyos claustros se asomaran esos hombres y mujeres cuyo interior rezumara a vida generosa y entregada. Por ellas recorríamos distancias y cortábamos caminos hasta llegar a la escuela. Calle de San Vicente, tortuosa y altanera que escondes entre tus piedras el olor a cirio y a saeta. El ocre de tus paredes ilumina tus aceras mientras tus farolas resplandecen en la noche que la eternidad encierra.

                Y ahora, de nuevo nos encontrábamos, dentro y fuera de aquella escena, distantes de la calle que tantos años nos acogiera y nos unía, de nuevo, en un abrazo de madurez de cuarenta. Atrás quedaron aquellas callejas pero permanecían las risas y confidencias. No había juegos infantiles pero concurría la ilusión con una renovada apariencia. Mirábamos atrás recuperando pasados caducos envueltos en travesuras y añoranzas. Atrás quedaron las clases, a ratos apasionantes, a ratos tediosas por eternas.  Horas de viajes y vuelos por números y letras, protagonistas indiscutibles de nuestra vida, esbozos de planes y mañanas.  No había lecciones que aprender ni pasajes que memorizar, pero concurría el saber atesorado en la niñez y tejido de inigualable experiencia. Atrás quedaron aquellos sueños y promesas con los que imaginábamos un futuro incierto pero labrado en esperanza. No había que pensar en el mañana, vestido de hoy con retales de otra época, pero a cambio mudado de un traje sin el color de aquella inocencia.      

                Llegaba ese encuentro en un día  que diciembre se empeñó en hacerlo cálido e incluso apasionado. Después de treinta años, el alma volvió a recorrer esos caminos sin pasos pero con huellas, y a recobrar atardeceres saboreados por aquellas callejuelas. Era una tarde mágica y enorme que aguardaba un lago anochecer de confidencias y miradas. Turno para evocar sensaciones si, de despertar esos años que el momento desenterraba. No dudo del alma dolida por la pérdida de aquella juventud ya aniquilada, pero el hoy hermoso, nos unía aquel día, con gratitud por la vida y el presente que hermanaba.

                                                                             El encuentro se produjo el 17/12/2011
                                                                                         (Tras un chaparrón de años)