domingo, 15 de enero de 2012

                                                                     Dedicado a mis compañeras de E.G.B
                                                    del colegio Mercedarias de la Asunción. (Sevilla)

              Llegaba en una tarde mágica y hermosa. Aquel día del adelantado invierno  soñaba  con  fuego y suplicaba al estío que mostrara su fuerza en algún espantado rayo. Luchaba diciembre sabiéndose vencedor de aquella contienda. Como el otoño, la misma batalla libraban nuestros atardeceres en los caminos recorridos por el alma: sin pasos para avanzar y huellas que recordar. También nuestro espíritu ganaba cruzadas bajo un cielo otoñal con hojas de colores, luces de sentidos y sonidos embriagadores. Y aquella tarde se hizo gigante entre alegres sonrisas que robaban la calma.

                Cuántas veces imaginé ese reencuentro confidente. Fantaseaba con abrirle el corazón a su mirada y que redimiera esas imágenes perdidas de la niñez. Los lugares que recorrieran por aquellas callejuelas, horizontes camuflados en paredes encaladas. Largas y delgadas travesías, recónditos escondites que robaban figuras y ocultaban presencias. Por ellas se colaban las risas infantiles y los inofensivos juegos  que acuñaban ilusiones y desafiaban a cuadernos y agendas. Aquellas calles testigos de la inocencia que igual recogían geranios que formaban ramilletes de azahares. Las mismas por cuyos claustros se asomaran esos hombres y mujeres cuyo interior rezumara a vida generosa y entregada. Por ellas recorríamos distancias y cortábamos caminos hasta llegar a la escuela. Calle de San Vicente, tortuosa y altanera que escondes entre tus piedras el olor a cirio y a saeta. El ocre de tus paredes ilumina tus aceras mientras tus farolas resplandecen en la noche que la eternidad encierra.

                Y ahora, de nuevo nos encontrábamos, dentro y fuera de aquella escena, distantes de la calle que tantos años nos acogiera y nos unía, de nuevo, en un abrazo de madurez de cuarenta. Atrás quedaron aquellas callejas pero permanecían las risas y confidencias. No había juegos infantiles pero concurría la ilusión con una renovada apariencia. Mirábamos atrás recuperando pasados caducos envueltos en travesuras y añoranzas. Atrás quedaron las clases, a ratos apasionantes, a ratos tediosas por eternas.  Horas de viajes y vuelos por números y letras, protagonistas indiscutibles de nuestra vida, esbozos de planes y mañanas.  No había lecciones que aprender ni pasajes que memorizar, pero concurría el saber atesorado en la niñez y tejido de inigualable experiencia. Atrás quedaron aquellos sueños y promesas con los que imaginábamos un futuro incierto pero labrado en esperanza. No había que pensar en el mañana, vestido de hoy con retales de otra época, pero a cambio mudado de un traje sin el color de aquella inocencia.      

                Llegaba ese encuentro en un día  que diciembre se empeñó en hacerlo cálido e incluso apasionado. Después de treinta años, el alma volvió a recorrer esos caminos sin pasos pero con huellas, y a recobrar atardeceres saboreados por aquellas callejuelas. Era una tarde mágica y enorme que aguardaba un lago anochecer de confidencias y miradas. Turno para evocar sensaciones si, de despertar esos años que el momento desenterraba. No dudo del alma dolida por la pérdida de aquella juventud ya aniquilada, pero el hoy hermoso, nos unía aquel día, con gratitud por la vida y el presente que hermanaba.

                                                                             El encuentro se produjo el 17/12/2011
                                                                                         (Tras un chaparrón de años)


1 comentario:

  1. Ahora me entero cuando escribes, porque te he puesto en mis blogs favoritos, y se pone el primero cuando haces una entrada nueva. Creo que también he sido el primero en hacerme seguidor de este blog, que espero llegue a cien mil... bueno, mejor a un millón. Gracias por escribir de esa manera. No pares. Saludos.

    ResponderEliminar