martes, 20 de diciembre de 2011

FINAL DEL VERANO 2011

Se acaba el verano. Dicen que cuando se habla de futbol es porque ya se le ve el final a esta etapa de estío que  no de hastío, por el calor, maldita o bendita y que nunca falla en el calendario. El calor se erige protagonista,  mide estos meses alegres, luminosos, relajados,  atrae a turistas y arroja a locales hermanándolos a todos  en cuerpos y trajes, vestidos con  desnudos, y  muy desnudos de equipaje: para estar en la playa, es lo correcto, ya se sabe.

Atrás quedaron los días eternos, de amaneceres tempranos y atardeceres longevos; atrás, esas descaradas siestas que imantan y  tumban  a su placer y antojo; atrás,  los sabrosos helados matando calores con sus interminables y perecederos  azucares tan llenos de colores; atrás, esas terracitas, esos tintos que difieren de las bicicletas porque no solo son para el verano; esos chiringuitos en las playas, esas tapas y esos espetos que flaco favor nos hacen, al bolsillo y a nuestros maltrechos cuerpos;  atrás, esa libertad de horarios, sin normas ni ritos, abierta a las horas, los segundos y minutos, sin relojes ni silbidos, ni siquiera soplidos, de algún que otro, impertinente vecino; atrás, los autobuses vacios,  el abandonado metro,  el mimado tranvía, las calles desiertas, los comercios cerrados, las tiendas sin vida...

De todo lo que quedó atrás, me congratulo por lo que quedó atrás con esa estética de camisetas camioneras y pantalones a cuadros, conjuntadas con chanclas, que no sandalias, que dejan a relucir nuestros, más o menos, velludos dedos... y esos andares, de alpargatas, que arrastran a pies y marcan eso no elegantes pero sonoros pasos. Esos miles de tirantes que lucen las mujeres, las chicas y las no tan jóvenes y que dicen ser sensuales pero que además de buscar miradas esperan algún que otro corte, que de verdad, tanto tirante agota y cansa, incluso, hasta al más expectante...

Todo eso se acaba hasta el año que viene. Dicen algunos que poco dura lo bueno y digo yo que mucho para ser tan bueno...Pero empieza lo mejor. Delante contemplamos un horizonte otoñal de futbol, elecciones, quién sabe si huelgas, los mercados revueltos y las porfiadas reformas que se antojan cortas con una embrollada economía que revuelta incomoda. Todo eso nos recuerda que no hay tiempo para la añoranza ni el recuerdo ni la tristeza porque agotado el calor, se avecina los retos, el desafío de construir lo imposible y de creer en un dudoso futuro. A pesar de todo, aún falta septiembre y ya sabemos lo pegajoso que es el mes, y el membrillo pendiente…

                                                                                                                                                                           

                                                                                              Sevilla, verano 2011

ZAPATERO DE OFICIO

Ya he vuelto a casa, a Sevilla y a mi barrio, dejando atrás el puerto de Áulide y el ara donde cuentan y dicen, íba a ser Ifigenia sacrificada. La bella Grecia hoy también sacrificada por sus miserias económicas que la están alejando y aislando del resto de la reina mitológica de Creta, según, otra vez, Homero.
Y ayer de nuevo, otro oasis, otro encuentro. Qué maravilla es el ser humano. Hacía tiempo que tenía que llevar unas cosas a mi zapatero (éste es real, no como el otro al que para nada me refiero) y ayer, por fin, las llevé. De lejos empezó a saludarme agitando una de sus muletas. Este hombre, sus historias, su pasado reflejado en su rostro es la imagen de dolores y sufrimientos. Y qué buena gente. Ya con su muleta apoyada en el suelo comenzó su retahíla de piropos. Pocos. Ayer no era el día. Enseguida me contó su secreto. Había ido al médico, a urgencias, la noche anterior. Qué dolor. Y me contaba con detalles todo lo que había vivido desde que empezó a encontrarse mal. Su reacción, mezcla de sorpresa y miedo; su temor a preocupar a su mujer; cómo llamaron al médico, cómo se trasladó a urgencias…Sus ojos brillaban recordando la noche anterior. Yo le ví asustado, mucho. Le ví nervioso, intranquilo y muy inseguro. Cuántas pruebas y análisis queriendo descartar lo que no hay o lo que hay; cuántas dudas e interrogantes y el no saber de momento. Buscaba que yo se lo dijera, que no hay nada, que todo se pasa y que lo suyo se arreglará…sus ojos me lo imploraban. Y así lo hice. No hay por qué asustarse. Hasta agosto no hay cita, mucho tiempo, buena señal. No se preocupe que seguramente no es nada. Y su risa nerviosa le delataba…quisiera creer, como él y esperar hasta agosto, esa cita con su destino y con su vida. De vuelta a casa, de nuevo, otro viaje, me preguntaba por mi suerte. Suerte de participar y ser cómplice del destino de un ser humano, casi desconocido, que me ha abierto su puerta y me ha dejado entrar en su mundo y en su interior, en su persona. Me preguntaba por nuestra sociedad, la necesidad de comunicación que todos tenemos a pesar de vivir rodeados de medios. Ni más confianza ni conocimiento ni amistad ni relación ni nada. Esa necesidad de hablar y desahogarse tan propia de todos y tan necesaria cuando surgen los problemas y nos aterra el dolor y el sufrimiento. No sabe mi zapatero que en su sencillez y apertura, me hizo un gran favor: me devolvió de nuevo a la realidad de mi mundo y me dió una lección de humanidad y humildad. Lejos de los mitos y los dioses, vuelta al encuentro con el hombre de carne y hueso y cercano y real. Espero y deseo que su vida siga siendo para los que le tratamos, ese signo de esperanza y alegría con las que siempre nos encontramos en su presencia. Esta sería la mejor de las noticias hasta esperar a la mejor, aquella venidera de agosto...

ETERNO AMIGO



El eterno  verano se aferraba con todas sus fuerzas a los últimos latidos prolongados en la tierra, aquellos rayos que tupían el paso a una estación tímidamente iniciada y trastornaba la vida de cuantos deseaban esa vuelta a la normalidad de la rutina: del  regreso a los lugares conocidos, los rostros familiares, los tiempos decididos. Pero no había espacios ni  perfiles ni momentos.  Ese amasijo de calor y humedad, ese bochorno que se adhería a nuestros cuerpos permitiendo el abrazo atrevido del prolongado estío, y ese malestar de los desvelos nocturnos que ni siquiera dejaban soñar a los sueños. Los rayos gozaban de la precisa fuerza, y a su paso levantaban chispas que retaban al otoño, aunque ya las parras mostraran su frescura  por mercados y plazas. Era una tarde para el recuerdo y la añoranza. Los niños gritaban sin freno de plazuela. Alegres, frescos, descarados. Cerca de ellos, los adultos se unían en un trago de cerveza. Curiosa y hermosa estampa. Un viaje de ida y vuelta. Una pugna entre lo que se fue y lo que se espera.  Miraba con nostalgia esos juegos infantiles y oía en mi soledad ese bullir de cervezas. Y en mi mente y en mi corazón, la imagen del que fuera un amigo.

Los débiles rayos anunciaron su marcha. Qué triste su despedida y qué desgarro sus últimas palabras. Es entonces cuando la duda asalta y se piensa en el sentido y el por qué de la existencia. Recuerdo su voz y el color de su mirada. Le oía en mi mente contando historias de su vida truncada. Qué dolor el recuerdo y qué tristeza sin presencia. Había cuidado de ese amigo con mimo, apego y ternura, alargando siempre la mano a su vida, sus quimeras y fantasías. Y como siempre que el destino vaticina, aquel bonito lazo acabó en un trozo de cinta que se hacía grande cuando al corazón oprimía. Esa asfixia de agonía iba matando la distancia y la cercanía, y sus palabras y gestos se apagaban en mi vida, gastada como sello de largo recorrido.  Soñaba a mi amigo entre los niños de la plazuela, jugando desinhibido, peleando por la pelota, dando alguna patada y justificando con gritos su derrota. Era uno de ellos o como ellos, ingenuo, centrado en su mundo y en su mundo cercado, no sabía del futuro pero luchaba con su mañana haciendo del presente un ocaso de esperanzas. Con sus problemas y desafíos, mi amigo me sorprendía en la ignorancia del saber, sin conocer, sin capacidad ni fuerzas. Inoportuno amigo que se presenta en la puerta cuando menos lo esperas, que te pide la escucha y te demanda  certeza, que se entrega confiado a cambio de una receta. Sin saber el momento ni la manera, mi vida sintió la amenaza de una sombra. Mi amigo quería salir del pozo y dejar atrás la oscuridad prolongada de su noche. Me buscaba a ciegas pero su ser me ahogaba. Una nueva mirada a la plazuela y ahora era yo la que me veía como uno de esos adultos con un sorbo de cerveza cuya espuma no me acercaba a la esperanza, y el alcohol, asesino de sueños, si nublaba mi mente, mi imaginación y confianza. Y así, en mi pleno juicio me aferraba a razones para no estar a su lado e intentar darle largas. Jugaba él a niño y yo me enredaba de adulto. Sentía dolor por el adiós. No aclaraba mi incertidumbre esa visión de explanada y mi alma enmarañada buscaba su mano y mirada. Se había ido el amigo, no había tiempo para la espera ni los sueños soñaban con la hermosa plazuela. Amigo solo tú supiste de aquella fuerza que me empujaba y de la vitalidad que me llenaba. Pero ahora que te has ido te deseo una buena marcha. Doloroso y necesario adiós agitado por la mano aunque dentro, en mi corazón, siempre serás bien recibido.
           

EL MAR, LA PLAYA Y LA MAR

Abramos las ventanas y contemplemos el mar, algunos desde nuestra mente asaltada de recuerdos y otros delante del mismo en su retiro estival. Qué belleza esa sacudida de las olas en las costas y las orillas que vienen y van. Qué maravilla pisar, hundir, los pies en la arena mojada y admirar la huella que se va dejando al pasar. Qué sensación tan única mirar al horizonte y ver un barco a lo lejos y dejar a la imaginación crear. Qué colorido el de las sombrillas, los trajes de baños, banquitos y sillas, el tío de la gorra vendiendo patatas fritas, a lo lejos el chiringuito y sus reconfortantes tapitas…Y el sol, sobre todo el sol, del que unos huyen con el que otros se tuestan y cuyos rayos descienden y con el agua y la arena se mezclan…

¡Ea!,  ya nos hemos paseado por la costa andaluza…lo malo es que si solo es por un día, vendremos cantando aquello de “Cuando volvamos, / tendremos todo el cuerpo / achicharrado. / Así son los domingos / de descansaos

                  

De verdad que sí. El mar es único e inmenso…No digo nada nuevo ni invento nada que no esté creado. Esa unión entre la belleza de lo trascendente que va más allá de lo permitido a nuestro pensamiento y a nuestra mente, y lo material del hombre que se contempla en su propia salsa y en su mundo ajeno a complejos, necesidades, crisis y deseos, es una unión única, diríamos, en la que se funden divino y humano en un abrazo que se repite cada verano. Aunque puede ser que a veces nos dediquemos algún espacio aislado y/ o alguna ocasión reservada que el caprichoso destino tenga a bien en regalarnos. Del mar a la playa….de lo trascendente al hábitat humano en el que lo importante es sobrevivir a la tormenta de arena que levanta quien pasa por tu lado, y que en su afán de evitar los tostados y tórridos granos, va hundiendo el pie más y más como si abajo encontrara ese frescor del piso fijo que le evite un traspiés a tu paso…Y si no, aquellos otros que tras el chapuzón vienen corriendo y te sacuden el agua en tu cuerpo achicharrado por el sol…Tiene guasa. No hablemos del recuento del espacio donde hincamos la sombrilla. Como si ese sitio fuera alquilado, reservado o comprado. Las batallas por ese metro cuadrado es una guerra segura. Qué bonito es el verano.



Apabullante. El traslado desde la casa, los dimes y diretes de quién lleva las banquetas, quién la sombrilla, quién la butaca e incluso la nevera….y es que con la crisis, ya lo dicen, se recupera la costumbre, y entre tortilla y ensaladilla, nos zampamos el interior de la caja donde las cosas están frescas, o al menos refrescan…Mientras,  miramos  ese barquito, alguna boya, los pescadores volviendo al puerto…El mar, en definitiva  es el espectáculo más divino y trascendental que necesita mi pobre ser humano


GRANADA

Dedicado a Doña Elvira

                        (Con motivo del ascenso del Granada C.F a la Primera División del Fútbol español).



Leído con retrospectiva, por aquello del machismo que pudiera encerrar:



“Llora como mujer lo que no supiste defender como hombre”

                                                 (Sultana Aixa, madre de Boabdil).





Bonita Granada, bella ciudad, hermosa leyenda, historia para enmarcar. Tantos parajes preciosos, tantas cuevas y rincones por donde andar. Maravilla de Albaicín y Sierra Nevada…con nieve y sin helar. Gitana y mora, embrujo de capital que enamora y roba la vista, el tacto, el oído y hasta el paladar. Tocar tu tierra quisiera, oír el agua caer, sentir tu perfume embriagado, tus flores, paredes, patios, acequias y todo lo demás.

Granada, cantada y llorada por el poeta, mi tributo a tu ciudad y a tus hombres y mujeres, doña Elvira, no te vas a escapar. Esos malditos penaltis que quisieron lo nuestro arrebatar y sin embargo, el destino inquieto, le vino a dar otra oportunidad. Os tenemos entre los nuestros, lugar donde te debes quedar. Ni jeques moros, ni italianos, el dueño es la ciudad. Cómo no alegrarme de Graná y con Graná. Belleza andaluza, estampa hermana y amiga, soñada, querida…Granada, Grana, quien no te ha visto, no ha visto ná.





                                                                             Sevilla, verano 2011

RECUERDOS DE OTRA ESPAÑA

Ya nada es lo mismo y no es lo mismo nada. Recuerdo aquellos maravillosos años como si no se hubieran ido y aún me acompañaran. Esas interminables tardes de sábado en las que daba tiempo a recorrer callejuelas, saltar a la cuerda o botar sobre un plano dibujado en la tierra al que echábamos piedras que tenían prohibido pisar la ralla. Y también recuerdo cuando en grupo, nos íbamos al campito a observar lo más cercano y parecido a la naturaleza. Aquello era territorio sagrado. Había que pisar con cuidado pues en seguida saltaba algún que otro insecto de dudosa condición y origen indeterminado. Y en las charcas de agua o en las pequeñas acequias, se sumergía otro mundo que acogía otros seres y otras especies desconocidas. Aquellas charcas de color indefinido presentaban, en general, una dificultad añadida: había que saltar o evitarlas antes de tiempo y por lo tanto, no podíamos estar – los más temerosos a la pértiga- distraídos en ningún momento. Caminábamos pendientes del suelo, arenoso o con algunas calvas verdes, que en nada, pero que en nada, se parecía a lo que nombramos como césped. Y en esa mirada a la tierra, absortos para evitar los saltos de insectos y otros bichos parecidos, descubríamos, además, distintas modalidades de piedras, chinos y cantos depositados a lo largo de aquellos caminos. Sí, todo era lo más parecido y cercano a la naturaleza. Por eso, cuando regresábamos a casa, no era difícil descubrirnos con alguna mota o brizna natural. Pero éramos felices y habíamos ido al campito, lejos del barrio y de la civilización del asfalto. Algunos, además de motas, traían recuerdos en botes o tarros. No faltaban los insectos ni los típicos lagartos, lagartijas, ranas o sapos.

Cuando anoche, pasadas las nueve, me decidí a abrir las ventanas con miedo a que aún se colara el calor puñetero, miraba por ellas con nostalgia de pasado, contemplando en mi memoria esas imágenes de bellos recuerdos. Hoy vivo sobre lo que fuera ese campo que ya no existe. No hay arena ni calvas verdes. Atrás quedaron los calculados vadeos. En su lugar, edificios, construcciones e inmuebles. Desde mi ventana observo la galería comercial, las pistas de tenis y el cubierto de la piscina de un club social. Todo eso ha enterrado el campo. El asfalto ha sepultado aquellas acequias y charcos. También mi casa hunde sus cimientos en algún lugar de aquellos caminos que alegremente, aunque con cuidado, pisaba. Lo más parecido a la naturaleza es, ahora, lo más semejante a una gran urbe: sus coches, sus torres, sus semáforos y luces. Por eso ya nada es lo mismo. No tengo que calcular los pasos para no pisar los insectos. No tengo que medir mis pies para salvar los charcos. Pero además, en el que fuera campito, en estas noches de agosto en las que el calor arrasa, hay que cuidarse, encima, como en si se tratara de una ciudad deshumanizada, de no andar por las calles a ciertas horas, que ya se sabe: hay “otros bichos” que también saltan o mejor, asaltan. Lo dicho, que no es lo mismo nada.

                                

                                                                                                                                                                                                                                                        Sevilla, verano 2011


RECUERDOS EN EL PARQUE DE MARIA LUISA

                                                                                                                                          A mi padre

           Aquella mano que dirigía mis pasos y con suavidad mis dedos mantenía. Aquella que con cariño me apretaba y tanto calor me transmitía. Esa mano trabajada y de artista que conducía mis andares, indicando la meta aún sin perderla de vista. Esa mano, si, era la misma que con amor me entregaba su vida y pasara lo que pasara, siempre, siempre, con fuerza me apoyaba y sostenía.

          Hoy he recordado, como cada día, esa mano ausente que desde algún lugar me empuja. Bajo el otoño de noviembre que mece el sol con timidez de ternura y con nostalgia acuna sueños de esta y aquella vida. Ese recuerdo sobre huellas de hojas que vuelan y se elevan mecidas por una ligera brisa. Recuerdo que no ha sido fugaz por sentido ni prolongado por querido. Un recuerdo entre árboles que trepan y nos traen el canto de los pájaros que hospedan. En medio del camino, y sin buscar la sombra, el ruido del agua a lo lejos suena a acequia cristalina, y la risa de un niño alcanza su felicidad completa. Un recuerdo junto a la fuente de la que tantas veces bebiera aupada por aquella mano que hoy en mi interior resonaba y mientras, miraba a los patos en su charca y a las palomas empinadas, y aquel dolor por la ausencia, ligeramente aumentaba.

                En ese parque que tantas veces con él recorriera, hoy he vuelto a mis orígenes y  mi niñez ha regresado alocada buscando sueños imposibles con su mano trabajada. No hay meses  ni fechas para los nuestros, ni tumbas, ni campos ni altares. Los nuestros no tienen agenda ni inscripciones, están con nosotros siempre. No hay día que yo no le recuerde, que me acuerde de su esfuerzo y abnegado sacrificio, de su vida luchadora y su entrega generosa y sin caprichos. Porque esa mano sigue en mi recuerdo y en mi corazón. Esa mano la siento con su calor y su ternura. Esa mano sigue animando mi camino y sigue, hoy como ayer, entregando desde un lugar, su aliento de vida.
                                                                                                        Noviembre, 2011

OTOÑO SEVILLANO

No me resignaba a mirar el día desde la ventana de los recuerdos  y perderme ese aire de otoño de primavera, o de verano, que emigraba por las calles de la ciudad. No me resistía a ignorar ese espectáculo de luz dorada que atravesaba el campanario y reflejaba el dulce sonido de un replique  silencioso que envolvía a la Giralda en un baile sin igual. No renunciaba a admirar esas golondrinas que tejían temprano su nido y repetían el milagro de la vida, el comienzo del vuelo y el inicio de la libertad. No me cerraba a contemplar la hermosura de la plaza de las plazas, en la que comparten terreno un singular ramillete de provincias con el verde de la ría y los añiles azulejos de  gran majestuosidad. Preciosa plaza España recorrida por chispas bruñidas de un  ocaso de fuego atardecido en sus torres y peldaños, en sus jardines y bancos y en su alfombra de hojas que tupen como una estela el horizonte de nuestros pasos en un alegre caminar. No me escapaba de aquella orilla ni de su rio que mecía el terciopelo esmeralda de su agua dejando a la torre el protagonismo habitual. Esa misma torre testigo de la vida, minarete y espejo del alma de la ciudad. Y a esas calles y plazuelas, no me podía negar, a su historia y pasado, a recorrerlas como se recorre el amor primero, con pasión e intensidad, tocando sus sublimes edificios y soñando con sus palacios y recuerdos de leyendas que son  verdad.  Ese bullir de castañas e incienso que a falta de azahar, embriagan nuestras huellas en callejas que lucen con orgullo sus balcones como escudos de fortaleza y lealtad. No me quería perder este otoño convertido en primavera o verano, que sueña con lluvias y amansa la tierra hasta que lleguen y empapen  raíces y cepas, surcos y veredas y horizontes, siempre horizontes  en los que caminar.

Pero ese día, resignada, una vez más, contemplaba Sevilla en otoño, desde mi ventana de recuerdos. Por ella buscaba la mirada de aquel amor de ciudad, de aquel amante que regalaba embrujo de ilusiones, y decía su nombre en silencio mientras ahogaba su ausencia. El calor del verano otoñal dilata ese recuerdo mientras los días aguardan un torrente que arrastre las hojas limpiando  la vereda de mutismos y abandonos. El fuego de otoño primaveral  rezaga esa ausencia mientras las horas cuentan  el frío que recorra las calles buscando el abrigo al calor de las castañas  en esta ciudad.  Si, un otoño de verano o de primavera, distinto, diferente, de ausencias y penas, pero tan hermoso y dorado, tan sublime y brillante, que en aquella tarde, aunque imaginada, el amante se me hizo presente y la cercanía de su cuerpo se fundió en un abrazo de fuego sin aspecto de color.  Esa caricia de mimo impulsó mis pasos y con la alegría revestida de pasión, y sin darme cuenta me encontré, esta vez, de verdad y en presencia, recorriendo nuestras hermosas calles.



                                                                    Sevilla, Otoño 2011

Horizonte de nubes

Un ejército de negros nubarrones desfila por el cielo sevillano. Las otras, grises y blancas,  presentan cartas y compiten a empujones por un sitio en la batalla. El astro dorado pide tregua enviando un rayo de luz y de calma en la cruzada. Bonita estampa de colores y matices reflejados en un espacio que ensombrece a la Giralda, soñando, a su manera, con el agua que despeje el horizonte de semejante amenaza.  Como el mismo pintor imaginara, es la bella impronta de una bélica y hermosa  acuarela. Ese rugir del viento sobre nubes y ese caminar gracioso en el espacio que las cubre, las viste de fiesta y las arropa con tules.  No hay paleta que se resista a plasmar el espectáculo de grises y azulados orbes, y buscar entre los tonos un oro brillante de esos que bruñen y relucen. No hay pincel que se desnude sin antes trazar los cercos que hermanan  e hilvanan a nubes sin dejar de perfilar sus rizos que desde el cielo nos sonríen. Sin ruidos de tormentas ni susurros de borrascas, los negros nubarrones se imponen a las blancas y el pintor contempla el gris que brota de la unión en la batalla. Sublime  cuadro y elevado lienzo de escalas y matices de infinitos colores, fabuloso bastidor que contiene los negros, los grises y verdes, que retiene el azul mientras que al blanco sujeta. Enorme tapiz, el de la vida misma, tejida de oscuros nublados, temerosa de truenos y tormentas, luchando contra ejércitos que amenazan y que a veces al final ofrecen sendas de sedas con doradas esperanzas. 

Observo la imagen y busco entre las nubes esa brecha de oro que ilumine mi existencia.  Escudriño los cielos y pregunto entre los tonos  el origen de una historia sin comienzos ni contiendas.  Examino el camino y analizo las etapas que a empujones, como las nubes, se amontonan en mi campo de batalla.  Toco con los dedos esa bélica acuarela en la que el Pintor me ha centrado sin permiso ni  aquiescencia. Acaricio la paleta y mis manos resbalan en el doloroso espectáculo que refleja y devuelve una imagen enmarañada. El pincel desnudo y sin hilos no logra hilvanar las hebras  que con tanta facilidad perfilaran. Y los negros nubarrones se refugian en el  marco de mi vida y luchan con los blancos y los grises en una batalla complicada. Difuso cuadro que me tiene en su paño envuelta, que no tiene matices ni contiene azuladas estampas. Contemplo ese cuadro esperando a que algún espectador libere de él mi presencia, aleje negruras y me devuelva esperanzas. Como la Giralda, yo también sueño con ese agua que despeje las nubes de mi existencia e inunde los cielos  para un renovado mañana.


lunes, 19 de diciembre de 2011

OASIS PREOTOÑAL

                            Dedicado a P.G.P

Mediaba el otoño luchando con fuego. Se resistía el estío; sin fuerzas, mandaba sus últimas naves envueltas en débiles rayos. Era  una tarde de sábado, el mes, iniciado con  hojas caídas y el suelo mojado. Esa lucha con treguas en el horizonte, barría las nubes y desplazaba los vientos dejando a ratos, calentar al astro. Contemplaba la escena, mediaba el cristal en ella. Nadie por las calles, la plazuela  vacía no invitaba al relevo. Solitaria, era el testigo de aquella escena caprichosa que algunos lamentaban, también tras el cristal, por el triste sabor de despedida, y otros, en cambio, se animaban por la mudanza que se avecinaba en ese fresco marrón de las hojas y castañas al fuego. Si, era cierto el tono de tristeza y melancolía, la estación que se iba, ganada o perdida, que se alejaba hasta nueva entrega del destino y del tiempo.  Si, era cierto y contaba las nubes como quien repasa personas. Difícil la suma por el movimiento interno y externo. 

Aquellos  nubarrones en danza se desplazaban con gracia y armonía en la inmensa intemperie que habitaba desierta de amistades  y apegos. Esa estampa de vaivenes despoblados del ardor y el calor, el otro, de las personas, venía a mi mente y asaltaba a mis sueños.  Lloraba la ausencia y gozaba el recuerdo con aquellos momentos que fugaces volaron y arraigaron tan poco. Y buscando mi oasis me hallaba, -el de las bellas presencias urbanas y  del respiro en mitad del ruido-, cuando sentí su mano y a los rayos del estío que me envolvían forasteros.  

Ahí estaba de nuevo el amigo, si, el amigo. Mediaba la onda, cortaba distancias y su lejanía se me antojaba cercana. Vendió su soledad para encontrarse conmigo.  Sonaba el mar y rugía el frío, temblaban de celos que sacudían con bríos. Les había robado su compañero y confidente, me interponía entre ellos, y ahora  yo rugía y temblaba y con brío, por la alegría del encuentro y la ilusión de la sorpresa. Oportuno el amigo que llena de fuerzas mis tímidos vacios, que cubre los huecos de mis lamentados quejidos, que tiñe de aliento mis continuos desabrigos. Oportuno quien regala un momento de luz que es alivio, enciende la llama y despliega las alas que inicia el ascenso de un vuelo  que es libre y se creía perdido. Oportuno el amigo que me invita a su vida sin salir de mi mundo, que ofrece cariño y arroja los besos que aún no ha sido pedidos.

Se apaga su voz  y se diluye el sonido, se ha ido el amigo. Atrás queda su eco y las nubes de otoño que  empujaba a los vientos y competía con el sol encarcelando a sus rayos y  apresando la palabra. Y miro de nuevo la plaza vacía,  ahora un oasis, a merced de los rayos que encienden aún el calor recibido. Atrás la lucha de otoño y estío, atrás la tristeza y melancolía. Un nuevo rayo de ilusión y esperanza se abre en el cielo. Tu rayo, amigo, deseado en mis sentidos  y acariciado por mis sueños.
                                                                                 


                                                                                  Sevilla, otoño 2011

  

OASIS DE CIUDAD

                                                                                 Con dedicatoria. Él ya lo sabe

Una ciudad, un mundo, impresiona pero no nos dejamos impresionar. Más bien, al contrario, hechos a la rutina del día a día, nos movemos en el mecanismo y en el vaivén del viene y va, del viaje que comienza a la salida de casa y concluye al terminar la jornada laboral.

Pero existe una excepción. Esos casos, en los que se posee la inmensa fortuna de compartir un rato de amistad o aquellos que, atendiendo a los reclamos, nos pasea por un centro comercial..., y hay más y cada uno dirá, según sus gustos y realidad. En el mío, la suerte de estar con alguien cercano y amigo, ya es un lujo y, ciertamente, una necesidad. Impresiona, esto sí, y me dejo impresionar. No hay rutina en la palabra ni desgaste ni cansancio ni pesan las horas del trabajo ante un encuentro con quien te abre una puerta a su mundo. Se inicia entonces un nuevo viaje de ida al interior de otro ser que te escucha y te ofrece, que te interpela y regala, y un nuevo viaje de vuelta, cuando uno abre su propia alma. Es ese momento mágico del intercambio que fluye y corre y recorre la mente, el cuerpo y el corazón. Un momento que no entiende de tiempos ni de horas. No se agota una trama y ya surge otra, se mezclan alegrías, ilusiones, sueños y deseos; no caduca la mirada clavada en el otro ni la felicidad de contemplar los ojos y descubrir, descubriéndole y descubriéndote, esa unión y complicidad, ese enganche con otro mundo y otro ser, una aventura eterna y duradera pero efímera y pasajera a la vez.

Cuando se alcanza el clímax, la barrera entre el no quiero y lo deseo, todo concluye pero es distinto a lo que se inició. Es entonces cuando comienza el viaje de vuelta a casa y se toma conciencia de la última etapa de la jornada, ya no la laboral. Es el final de un rato ameno, agradable, humanizador. La humanidad misma, si, personificada en ese encuentro y esa complicidad. Ese es el oasis de una gran ciudad, la tregua a la rutina y a los mecanismos y los vaivenes de un mundo que sigue su curso y que a pesar del cemento, el calor, el humo y el ruido infernal de ambulancias y coches, ha encontrado un remanso de paz y tranquilidad en esa mano amiga, en  esa mirada de sueños y en esa palabra eterna que permanece a pesar de su fugacidad.



Sevilla, verano 2011






LLÉVAME POR EL CAMINO

                                          



Llévame por el camino,
claro de la luna nueva
allá donde se pierde mi destino
que rozar quisiera las estrellas.

Perdámonos por esa senda
Que nadie jamás ha cruzado
Despójame de estas vendas
Que la oscuridad mis ojos han cegado.

Me dicen loca si
No saben lo que siento
Por eso llévame
Tu mano será mi apoyo y mi aliento.

Perdámonos por ese camino
Empinado y somnoliento
Busquemos un refugio
En nuestros cuerpos sedientos.

Y al final del sendero
Alcanzaremos las estrellas
Tu corazón será mi asidero
Tu boca mi nueva estela.





                                                                                              Taipei, verano 2004

SOMBRAS

Sombra que atraviesa mi vida
Sombra que alcanzar quiero y no puedo
Sombra que iniciaste tu vuelo
Sombra que me recorres y me anidas.

Sombra que me impide ver
Que se esfuma y se aleja
Que me acaricia y me toca
Sombra en mi atardecer.

Sombra, tú sola en mi oscuridad
Me consuelas, y me confortas
Amiga en mi noche corta
Sombra que llenas mi soledad.

Sombra que comenzar quiero,
Sombra, ven conmigo, sé que puedo
Sombra levanta mi vuelo
Sombra, llévame a lo lejos del sendero.






                                                                                              Taipei, verano 2004

MIS QUERIDAS IMÁGENES

            El sonido del viejo reloj me invita una tarde más, a descubrir nuevas facetas vuestras y a atravesar el corredor que separa presente y pasado, los tesoros descubiertos y los que están por descubrir, lo nuevo, lo viejo, lo efímero y lo caduco. Tiene un sonido raro ese reloj, pareciera que hoy tuviera un anuncio especial, pero os conozco. Estoy segura que no le habéis revelado nada extraordinario. Debe ser que el viejo pajarito se cansó de emitir sus acompasados trinos y hoy desplegó todo el torrente de sus pulmones para simplemente anunciar que eran las cinco y el tiempo pasaba.

            Me he dispuesto a recorrer el pasillo oscuro y casi tenebroso que separa el reloj de la puerta con pasos firmes pero vacilantes, me mata la inseguridad a la que soléis ponerme a prueba. Es una mezcla de miedo y de emoción la que me atraviesa cada día, y la que me arrastra a la puerta distante y lejana que oculta tesoros e invita a la aventura y al deseo de conoceros.

            Abro la puerta. Ahí estáis de nuevo como cada tarde, esperando fieles a la cita, mirándome desde vuestro privilegiado espacio blanco. Me siento en la mecedora y os contemplo. Cómo chirría esta mecedora. Sus ruidos logran disipar mis pensamientos y enturbian el eco de la conversación diaria. Es un ruido de queja. A veces pienso en sustituir esta vieja silla, pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo sustituir los recuerdos, las imágenes llenas de añoranzas, la nostalgia llena de vuestra ternura y cariño? Me balanceo una vez mas. De nuevo el ruido. Subo y bajo, me muevo al ritmo del sonido que acumula el paso de los años. Así, como las olas del mar, me dejo llevar, bailo a su compás y cuando alcanzo la orilla, os veo de nuevo, ahí estáis mirándome. Me observáis desde vuestra muralla encalada. Estáis sonriendo y lo noto, me llega el calor humano.

            Desde el otro lado emitís el mensaje diario. Os sobran las palabras, os apoyáis en gestos que os dignifican. Gestos observantes de la realidad de este “otro mundo”. Gestos que me transportan a mi propia vida, a mi infancia en un rincón perdido del interior andaluz. Se agolpan sentimientos, emociones y vivencias, mi corazón salta saboreando cada momento y cada instante de esa infancia perdida que está viva en mi imaginación y recuerdo. ¿Cómo explicaros estos escalofríos que recorren mi cuerpo cuando os miro? ¿Cómo transmitiros lo que siento cuando descubro ese quejido que no conoce palabras, esa alegría callada, ese ritmo silencioso? ¿Cómo expresaros esa pasión que descubro en vuestros rostros sin nombres, en vuestras manos deformadas que se agitan al son de la voz que rompe el alba? El alba, si, os imagino siempre así, iniciando un nuevo día, a la aventura de lo desconocido, con vuestras maletas dispuestas para el camino, comenzando de cero, en un punto muerto que bulle por la vida que late en vuestro interior.

            Ahí estáis. No conozco vuestros nombres. ¿Hace falta? No conozco vuestra procedencia. ¿Es necesario? No conozco vuestra historia ni vuestro pasado. ¿Son importantes? No conozco vuestros pensamientos, vuestros planes, vuestros proyectos. ¿Son interesantes? Y sin embargo ahí estáis acompañándome en mi soledad diaria, a veces nocturna, a veces a plena luz del día. No conocéis las horas ni os preocupan los tiempos. Qué fidelidad la vuestra. Tampoco sabéis de mí. Nunca me preguntasteis el por qué de mi existencia, el sentido de lo que hacía, de mis trajines, de mis idas y venidas. Y sin embargo ahí estáis. Entre vuestro mundo y el mío se ha establecido un puente, una complicidad que tiende su estela de orilla a orilla, que respeta, que teme y confía, que conoce y desconoce pero que permanece intacta a la luz de la luna reflejada en las plateadas aguas del río. Esta estela es testigo de nuestros diálogos, de nuestros silencios y de nuestras confidencias. Y esa estela me enamora, me transporta a vuestro interior, a lo desconocido que presiento e imagino.

           Cuánto daría yo por atravesar vuestras sombras que se presentan caprichosas bajo una rigurosa apariencia negra. No estáis de luto, no. Así nos reconocen según dicen, y manda la tradición. Negro, como la historia misma, negro como el pasado, negro como el dolor del grito reprimido, del campesino explotado. Negro amargo que lamenta pero taconea expresando un arte indescriptible. Esas figuras delgadas son negras. Pero del negro emerge el rojo. Lo hace en el centro. La pasión desenfrenada, la sensualidad y el amor atormentado. La vida misma. La alegría y las penas, el llanto y la risa, lo que la gente no entiende. El alboroto de un pueblo y el sentir de una tierra.

            Queridas imágenes. Poca cosa es un papel. Y sin embargo en él estáis. Sois testigos de mi vida, habitáis en mi existencia. La pared que os contiene os sostiene con alegría. Y yo, que os contemplo todos los días, cada hora, cada minuto y segundo, lo hago con el orgullo de identificarme a vosotras. Me devolvéis mi propio pasado, mi presente y mi futuro, me habláis desde la otra orilla, esa que quiero alcanzar de nuevo, esa que necesito y que me llama, me invita y me recuerda. Vosotras habéis llenado mi soledad y habéis mantenido el fuego en mi interior, en mi deseo de volver y no tener que pisar mas ninguna estela, ninguna orilla. 

            Gracias por estar ahí a lo largo de estos años. No os quedáis aquí. Venís conmigo  pasando continentes y mares y océanos y ciudades. Y al final, cuando lleguemos tendré el gusto de volver a saborear la vida. Y vosotras tendréis la fortuna de ser acogidas por otra pared encalada. Y allí, abriremos nuestras puertas a la ilusión de cada día, abriremos las ventanas a esperar que el sol inunde nuestra casa, nuestra vida. Contemplaremos los viñedos, los olivares y la tierra amarga. Descubriremos nuevas rutas y nuevas sendas en el ocaso que no acaba. Juntas viajamos a nuestra tierra, juntas volvemos a casa. Y juntas proclamaremos nuestra condición hermanada, el amor por nuestro pueblo, los que no están y que se fueron, y los que permanecen en el litoral, en el interior, en cualquier rincón de la montaña, de la sierra o de la playa. Qué grande y hermosa se contempla Andalucía, con sus sombras gitanas. Junto a ellas nos llevamos nuestros trajes y nuestros bailes, nuestras soleares y seguidillas, nuestras sevillanas. Nuestras alegrías y nuestras penas. Una imagen que se despliega con cuidado y se enrolla en la maleta. Pero vosotras sois más que una imagen, más que un cuadro, más que unas sombras ennegrecidas. Sois mi propia alma. Por eso no os digo adiós y no termino esta carta. Estáis en mi interior y no hay despedidas ni llantos ni manos alzadas. Vamos juntas, compañeras de alma. Vamos. El reloj ya se para.



                                                                                      Taipei, verano 2004

VIEJA NUEVA ESTAMPA


Ahí está. La cabeza sobre el pliegue de la falda; testigo de mis idas y venidas. Siempre en el mismo ángulo como una bola, acurrucada. No conoce las noches ni los días, los meses, las semanas: Se detiene el tiempo y le arrastra la vida. Tez morena, nariz afilada, ojos verdes como el oro de mi tierra. A penas puedo contemplar su rostro cuando de nuevo baja su mirada. Allí ha encontrado refugio en lo más íntimo de su falda. Algún día tengo que tocar ese tejido confidente y compañero, aliado del pasado enmarañado de recuerdos. Con qué rapidez pasa el tiempo cuando mira atrás y pone nombre a esas caras tan queridas y entrañables. Parece como si fuera ayer, incluso, ahora mismo. Levanta su mano para acariciarlas. La realidad le devuelve a la conocida estampa. Atrás quedaron sudores, amarguras, sueños y desencantos. Su tierra, su gente y su pasado de añoranzas. Es entonces cuando contemplo su mirada. El brillo en sus ojos, algún secreto de ayer con el que jugaba y soñaba. Y la ilusión le devuelve la vida arrastrada. Qué suerte la mía. Aprovecho el minuto fugaz que me regala. Y me pregunto por qué llegó a adueñarse del ángulo que no conoce de días, meses y semanas. No se sabe. Una de esas historias que abundan en la nada de una tierra rica y tan tristemente explotada. Sacó su pequeño hato y emprendió el vuelo, como tantos otros, sin rumbo, ni horizontes ni dinero. Qué tristeza levantarse cada día sin las caras de la gente amada; sin el blanco de las paredes encaladas; sin el calor que a su piel alimentaba. Y se detiene: tanto esfuerzo y sacrificio sin recompensa pagada. María baja su mirada.

Toca tierra y mira a los que pasan. Todos corren y con prisas bajan. El rutinario trasiego de la vida misma al pie de su falda. Cuántos pasos ha contado desde su rincón acurrucada. Pasos que marcan la soledad de su mirada. Rostros desconocidos que la interpelan desde el anonimato. Y no se cansa. Es el vaivén de las olas de su tierra. En la arena van quedando esas pisadas marcadas. El mar las arrastra, las borra sin piedad. Pero ahí quedan, en lo profundo de su alma. No sabe quién es el que pasa. Se turnan. Un niño,un joven, una anciana. Es lo mismo. El que trabaja, la que estudia o el que canta. Todos bajan y descienden a lo profundo de la mísera entraña. Allí se encuentran con las prisas, el agobio y las tardanzas. Nadie habla y se cruzan las miradas. Es el mundo de abajo. Otro mundo, otra estampa. Y una imagen solidaria. Todos esperando, en la misma barca. Puertos buscados o encontrados, alguna vez deseados. Ella mientras tanto, sigue arriba como una bola, ajena a lo que pasa. No conoce el trasiego allá donde ya no llega su mirada. No sabe lo que por allá abajo pasa. Se ha extendido una línea entre dos mundos. Son dos abismos diferentes el de arriba y el de abajo. Una línea que marca y que se pacta. Nada es gratis. Ella también paga: en su mundo no hay agobio ni trasiego ni tardanza. Su vida resulta de un estar ahí acurrucada. Una y otra vez cuenta. Cuántos pasos, cuántas miradas. Cuántas historias y todas calladas. Un suspiro, toma aire, ahí está: una sonrisa amable y cercana. Y el deseo de que vuelva mañana. María baja de nuevo su mirada.

  Y mi testigo calla. Y calla cuando observa a los que surgen de la entraña. Y de nuevo la estampa. Rostros y pasos y huellas y miradas. Todos suben sacudiéndose el lastre de la nada. Abajo quedan el agobio, las prisas y la barca. Aromas inconfundibles que dejan su huella cansada. La vida misma al pie de su falda. La lucha continua por encima de la ralla. No hay línea en tierra llana. Se sabe alma gemela, los mismos deseos, las mismas esperanzas y el paso del tiempo que borra y no perdona. Qué diferente se contempla todo desde arriba, a pesar de estar en un rincón parada. La tierra, el sol, los árboles, la casa encalada que en su imaginación se estampa. Y sin prisas. Ella no sabe lo que es el tiempo, se ha parado su reloj y su vida transcurre marcada por el trasiego de los que suben y bajan. Un lugar privilegiado desde el que contempla el vaivén de las olas. Se aproxima a la orilla y a las huellas de sus propias pisadas. Sabe que esa estación no es nueva. La eligió desde su llegada. Allí se atrincheró con la esperanza puesta en su mañana. Con la mirada de ilusión de quien se levanta y comienza, una senda, un camino, una etapa. No pretende cambiar de vía. Allí arriba. Un lugar céntrico. Su falda vuela con la brisa que mece suavemente su orilla. Hace frío. Al menos lo siente. Las estaciones también vuelan. Y sus huesos se resienten. Pronto empezará el invierno. Los cartones, las castañas, las bufandas y el abrigo. María suspira. Está en el centro. Una ciudad inmensa e infinita. Su historia, su presente y lo que queda por vivir corre la misma suerte que el lugar que la acogió y la mimó durante tantos años. Por hoy lo deja. Mañana estará de nuevo ahí atrincherada en el rincón de Sevilla. María levanta la cabeza y busca con su mirada un apoyo, una mano amiga. Se descubre de nuevo sola. El nombre de la estación la acompaña. Y guarda en su memoria la estampa: el metro de Madrid. Regresa a casa, las luces de la ciudad le orientan. María levanta su mirada.