lunes, 19 de diciembre de 2011

MIS QUERIDAS IMÁGENES

            El sonido del viejo reloj me invita una tarde más, a descubrir nuevas facetas vuestras y a atravesar el corredor que separa presente y pasado, los tesoros descubiertos y los que están por descubrir, lo nuevo, lo viejo, lo efímero y lo caduco. Tiene un sonido raro ese reloj, pareciera que hoy tuviera un anuncio especial, pero os conozco. Estoy segura que no le habéis revelado nada extraordinario. Debe ser que el viejo pajarito se cansó de emitir sus acompasados trinos y hoy desplegó todo el torrente de sus pulmones para simplemente anunciar que eran las cinco y el tiempo pasaba.

            Me he dispuesto a recorrer el pasillo oscuro y casi tenebroso que separa el reloj de la puerta con pasos firmes pero vacilantes, me mata la inseguridad a la que soléis ponerme a prueba. Es una mezcla de miedo y de emoción la que me atraviesa cada día, y la que me arrastra a la puerta distante y lejana que oculta tesoros e invita a la aventura y al deseo de conoceros.

            Abro la puerta. Ahí estáis de nuevo como cada tarde, esperando fieles a la cita, mirándome desde vuestro privilegiado espacio blanco. Me siento en la mecedora y os contemplo. Cómo chirría esta mecedora. Sus ruidos logran disipar mis pensamientos y enturbian el eco de la conversación diaria. Es un ruido de queja. A veces pienso en sustituir esta vieja silla, pero ¿cómo hacerlo? ¿Cómo sustituir los recuerdos, las imágenes llenas de añoranzas, la nostalgia llena de vuestra ternura y cariño? Me balanceo una vez mas. De nuevo el ruido. Subo y bajo, me muevo al ritmo del sonido que acumula el paso de los años. Así, como las olas del mar, me dejo llevar, bailo a su compás y cuando alcanzo la orilla, os veo de nuevo, ahí estáis mirándome. Me observáis desde vuestra muralla encalada. Estáis sonriendo y lo noto, me llega el calor humano.

            Desde el otro lado emitís el mensaje diario. Os sobran las palabras, os apoyáis en gestos que os dignifican. Gestos observantes de la realidad de este “otro mundo”. Gestos que me transportan a mi propia vida, a mi infancia en un rincón perdido del interior andaluz. Se agolpan sentimientos, emociones y vivencias, mi corazón salta saboreando cada momento y cada instante de esa infancia perdida que está viva en mi imaginación y recuerdo. ¿Cómo explicaros estos escalofríos que recorren mi cuerpo cuando os miro? ¿Cómo transmitiros lo que siento cuando descubro ese quejido que no conoce palabras, esa alegría callada, ese ritmo silencioso? ¿Cómo expresaros esa pasión que descubro en vuestros rostros sin nombres, en vuestras manos deformadas que se agitan al son de la voz que rompe el alba? El alba, si, os imagino siempre así, iniciando un nuevo día, a la aventura de lo desconocido, con vuestras maletas dispuestas para el camino, comenzando de cero, en un punto muerto que bulle por la vida que late en vuestro interior.

            Ahí estáis. No conozco vuestros nombres. ¿Hace falta? No conozco vuestra procedencia. ¿Es necesario? No conozco vuestra historia ni vuestro pasado. ¿Son importantes? No conozco vuestros pensamientos, vuestros planes, vuestros proyectos. ¿Son interesantes? Y sin embargo ahí estáis acompañándome en mi soledad diaria, a veces nocturna, a veces a plena luz del día. No conocéis las horas ni os preocupan los tiempos. Qué fidelidad la vuestra. Tampoco sabéis de mí. Nunca me preguntasteis el por qué de mi existencia, el sentido de lo que hacía, de mis trajines, de mis idas y venidas. Y sin embargo ahí estáis. Entre vuestro mundo y el mío se ha establecido un puente, una complicidad que tiende su estela de orilla a orilla, que respeta, que teme y confía, que conoce y desconoce pero que permanece intacta a la luz de la luna reflejada en las plateadas aguas del río. Esta estela es testigo de nuestros diálogos, de nuestros silencios y de nuestras confidencias. Y esa estela me enamora, me transporta a vuestro interior, a lo desconocido que presiento e imagino.

           Cuánto daría yo por atravesar vuestras sombras que se presentan caprichosas bajo una rigurosa apariencia negra. No estáis de luto, no. Así nos reconocen según dicen, y manda la tradición. Negro, como la historia misma, negro como el pasado, negro como el dolor del grito reprimido, del campesino explotado. Negro amargo que lamenta pero taconea expresando un arte indescriptible. Esas figuras delgadas son negras. Pero del negro emerge el rojo. Lo hace en el centro. La pasión desenfrenada, la sensualidad y el amor atormentado. La vida misma. La alegría y las penas, el llanto y la risa, lo que la gente no entiende. El alboroto de un pueblo y el sentir de una tierra.

            Queridas imágenes. Poca cosa es un papel. Y sin embargo en él estáis. Sois testigos de mi vida, habitáis en mi existencia. La pared que os contiene os sostiene con alegría. Y yo, que os contemplo todos los días, cada hora, cada minuto y segundo, lo hago con el orgullo de identificarme a vosotras. Me devolvéis mi propio pasado, mi presente y mi futuro, me habláis desde la otra orilla, esa que quiero alcanzar de nuevo, esa que necesito y que me llama, me invita y me recuerda. Vosotras habéis llenado mi soledad y habéis mantenido el fuego en mi interior, en mi deseo de volver y no tener que pisar mas ninguna estela, ninguna orilla. 

            Gracias por estar ahí a lo largo de estos años. No os quedáis aquí. Venís conmigo  pasando continentes y mares y océanos y ciudades. Y al final, cuando lleguemos tendré el gusto de volver a saborear la vida. Y vosotras tendréis la fortuna de ser acogidas por otra pared encalada. Y allí, abriremos nuestras puertas a la ilusión de cada día, abriremos las ventanas a esperar que el sol inunde nuestra casa, nuestra vida. Contemplaremos los viñedos, los olivares y la tierra amarga. Descubriremos nuevas rutas y nuevas sendas en el ocaso que no acaba. Juntas viajamos a nuestra tierra, juntas volvemos a casa. Y juntas proclamaremos nuestra condición hermanada, el amor por nuestro pueblo, los que no están y que se fueron, y los que permanecen en el litoral, en el interior, en cualquier rincón de la montaña, de la sierra o de la playa. Qué grande y hermosa se contempla Andalucía, con sus sombras gitanas. Junto a ellas nos llevamos nuestros trajes y nuestros bailes, nuestras soleares y seguidillas, nuestras sevillanas. Nuestras alegrías y nuestras penas. Una imagen que se despliega con cuidado y se enrolla en la maleta. Pero vosotras sois más que una imagen, más que un cuadro, más que unas sombras ennegrecidas. Sois mi propia alma. Por eso no os digo adiós y no termino esta carta. Estáis en mi interior y no hay despedidas ni llantos ni manos alzadas. Vamos juntas, compañeras de alma. Vamos. El reloj ya se para.



                                                                                      Taipei, verano 2004

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