lunes, 19 de diciembre de 2011

OASIS DE CIUDAD

                                                                                 Con dedicatoria. Él ya lo sabe

Una ciudad, un mundo, impresiona pero no nos dejamos impresionar. Más bien, al contrario, hechos a la rutina del día a día, nos movemos en el mecanismo y en el vaivén del viene y va, del viaje que comienza a la salida de casa y concluye al terminar la jornada laboral.

Pero existe una excepción. Esos casos, en los que se posee la inmensa fortuna de compartir un rato de amistad o aquellos que, atendiendo a los reclamos, nos pasea por un centro comercial..., y hay más y cada uno dirá, según sus gustos y realidad. En el mío, la suerte de estar con alguien cercano y amigo, ya es un lujo y, ciertamente, una necesidad. Impresiona, esto sí, y me dejo impresionar. No hay rutina en la palabra ni desgaste ni cansancio ni pesan las horas del trabajo ante un encuentro con quien te abre una puerta a su mundo. Se inicia entonces un nuevo viaje de ida al interior de otro ser que te escucha y te ofrece, que te interpela y regala, y un nuevo viaje de vuelta, cuando uno abre su propia alma. Es ese momento mágico del intercambio que fluye y corre y recorre la mente, el cuerpo y el corazón. Un momento que no entiende de tiempos ni de horas. No se agota una trama y ya surge otra, se mezclan alegrías, ilusiones, sueños y deseos; no caduca la mirada clavada en el otro ni la felicidad de contemplar los ojos y descubrir, descubriéndole y descubriéndote, esa unión y complicidad, ese enganche con otro mundo y otro ser, una aventura eterna y duradera pero efímera y pasajera a la vez.

Cuando se alcanza el clímax, la barrera entre el no quiero y lo deseo, todo concluye pero es distinto a lo que se inició. Es entonces cuando comienza el viaje de vuelta a casa y se toma conciencia de la última etapa de la jornada, ya no la laboral. Es el final de un rato ameno, agradable, humanizador. La humanidad misma, si, personificada en ese encuentro y esa complicidad. Ese es el oasis de una gran ciudad, la tregua a la rutina y a los mecanismos y los vaivenes de un mundo que sigue su curso y que a pesar del cemento, el calor, el humo y el ruido infernal de ambulancias y coches, ha encontrado un remanso de paz y tranquilidad en esa mano amiga, en  esa mirada de sueños y en esa palabra eterna que permanece a pesar de su fugacidad.



Sevilla, verano 2011






No hay comentarios:

Publicar un comentario