martes, 20 de diciembre de 2011

ETERNO AMIGO



El eterno  verano se aferraba con todas sus fuerzas a los últimos latidos prolongados en la tierra, aquellos rayos que tupían el paso a una estación tímidamente iniciada y trastornaba la vida de cuantos deseaban esa vuelta a la normalidad de la rutina: del  regreso a los lugares conocidos, los rostros familiares, los tiempos decididos. Pero no había espacios ni  perfiles ni momentos.  Ese amasijo de calor y humedad, ese bochorno que se adhería a nuestros cuerpos permitiendo el abrazo atrevido del prolongado estío, y ese malestar de los desvelos nocturnos que ni siquiera dejaban soñar a los sueños. Los rayos gozaban de la precisa fuerza, y a su paso levantaban chispas que retaban al otoño, aunque ya las parras mostraran su frescura  por mercados y plazas. Era una tarde para el recuerdo y la añoranza. Los niños gritaban sin freno de plazuela. Alegres, frescos, descarados. Cerca de ellos, los adultos se unían en un trago de cerveza. Curiosa y hermosa estampa. Un viaje de ida y vuelta. Una pugna entre lo que se fue y lo que se espera.  Miraba con nostalgia esos juegos infantiles y oía en mi soledad ese bullir de cervezas. Y en mi mente y en mi corazón, la imagen del que fuera un amigo.

Los débiles rayos anunciaron su marcha. Qué triste su despedida y qué desgarro sus últimas palabras. Es entonces cuando la duda asalta y se piensa en el sentido y el por qué de la existencia. Recuerdo su voz y el color de su mirada. Le oía en mi mente contando historias de su vida truncada. Qué dolor el recuerdo y qué tristeza sin presencia. Había cuidado de ese amigo con mimo, apego y ternura, alargando siempre la mano a su vida, sus quimeras y fantasías. Y como siempre que el destino vaticina, aquel bonito lazo acabó en un trozo de cinta que se hacía grande cuando al corazón oprimía. Esa asfixia de agonía iba matando la distancia y la cercanía, y sus palabras y gestos se apagaban en mi vida, gastada como sello de largo recorrido.  Soñaba a mi amigo entre los niños de la plazuela, jugando desinhibido, peleando por la pelota, dando alguna patada y justificando con gritos su derrota. Era uno de ellos o como ellos, ingenuo, centrado en su mundo y en su mundo cercado, no sabía del futuro pero luchaba con su mañana haciendo del presente un ocaso de esperanzas. Con sus problemas y desafíos, mi amigo me sorprendía en la ignorancia del saber, sin conocer, sin capacidad ni fuerzas. Inoportuno amigo que se presenta en la puerta cuando menos lo esperas, que te pide la escucha y te demanda  certeza, que se entrega confiado a cambio de una receta. Sin saber el momento ni la manera, mi vida sintió la amenaza de una sombra. Mi amigo quería salir del pozo y dejar atrás la oscuridad prolongada de su noche. Me buscaba a ciegas pero su ser me ahogaba. Una nueva mirada a la plazuela y ahora era yo la que me veía como uno de esos adultos con un sorbo de cerveza cuya espuma no me acercaba a la esperanza, y el alcohol, asesino de sueños, si nublaba mi mente, mi imaginación y confianza. Y así, en mi pleno juicio me aferraba a razones para no estar a su lado e intentar darle largas. Jugaba él a niño y yo me enredaba de adulto. Sentía dolor por el adiós. No aclaraba mi incertidumbre esa visión de explanada y mi alma enmarañada buscaba su mano y mirada. Se había ido el amigo, no había tiempo para la espera ni los sueños soñaban con la hermosa plazuela. Amigo solo tú supiste de aquella fuerza que me empujaba y de la vitalidad que me llenaba. Pero ahora que te has ido te deseo una buena marcha. Doloroso y necesario adiós agitado por la mano aunque dentro, en mi corazón, siempre serás bien recibido.
           

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