martes, 20 de diciembre de 2011

Horizonte de nubes

Un ejército de negros nubarrones desfila por el cielo sevillano. Las otras, grises y blancas,  presentan cartas y compiten a empujones por un sitio en la batalla. El astro dorado pide tregua enviando un rayo de luz y de calma en la cruzada. Bonita estampa de colores y matices reflejados en un espacio que ensombrece a la Giralda, soñando, a su manera, con el agua que despeje el horizonte de semejante amenaza.  Como el mismo pintor imaginara, es la bella impronta de una bélica y hermosa  acuarela. Ese rugir del viento sobre nubes y ese caminar gracioso en el espacio que las cubre, las viste de fiesta y las arropa con tules.  No hay paleta que se resista a plasmar el espectáculo de grises y azulados orbes, y buscar entre los tonos un oro brillante de esos que bruñen y relucen. No hay pincel que se desnude sin antes trazar los cercos que hermanan  e hilvanan a nubes sin dejar de perfilar sus rizos que desde el cielo nos sonríen. Sin ruidos de tormentas ni susurros de borrascas, los negros nubarrones se imponen a las blancas y el pintor contempla el gris que brota de la unión en la batalla. Sublime  cuadro y elevado lienzo de escalas y matices de infinitos colores, fabuloso bastidor que contiene los negros, los grises y verdes, que retiene el azul mientras que al blanco sujeta. Enorme tapiz, el de la vida misma, tejida de oscuros nublados, temerosa de truenos y tormentas, luchando contra ejércitos que amenazan y que a veces al final ofrecen sendas de sedas con doradas esperanzas. 

Observo la imagen y busco entre las nubes esa brecha de oro que ilumine mi existencia.  Escudriño los cielos y pregunto entre los tonos  el origen de una historia sin comienzos ni contiendas.  Examino el camino y analizo las etapas que a empujones, como las nubes, se amontonan en mi campo de batalla.  Toco con los dedos esa bélica acuarela en la que el Pintor me ha centrado sin permiso ni  aquiescencia. Acaricio la paleta y mis manos resbalan en el doloroso espectáculo que refleja y devuelve una imagen enmarañada. El pincel desnudo y sin hilos no logra hilvanar las hebras  que con tanta facilidad perfilaran. Y los negros nubarrones se refugian en el  marco de mi vida y luchan con los blancos y los grises en una batalla complicada. Difuso cuadro que me tiene en su paño envuelta, que no tiene matices ni contiene azuladas estampas. Contemplo ese cuadro esperando a que algún espectador libere de él mi presencia, aleje negruras y me devuelva esperanzas. Como la Giralda, yo también sueño con ese agua que despeje las nubes de mi existencia e inunde los cielos  para un renovado mañana.


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