jueves, 5 de abril de 2012

SOLEDAD DE PLAZUELA

               Contemplando aquella tarde la plazuela recordaba momentos inolvidables junto a ti, mientras estabas. Tras los empañados cristales, saltaban gotas que resbalaban buscando el alfeizar. Fin y meta. Tarde primaveral tras la ventana. Y qué distinta aquella tarde por tu ausencia. Tan distinta de esos otros atardeceres de risas y alegrías, de sueños e ideales. Observaba sin sentimientos la plazuela. Desierta plaza colmada de soledad y tristeza, desnuda de sus flores y sus hojas. No había niños que jugaran ni mayores que conversaran. Silencio en aquellos metros de los que pocos pasos me separaban. Silencio diáfano en mi alma, embriagada del deseo de que tu vida me anidara.

              Contemplando aquella tarde la plazuela, recordaba otros momentos, otras estaciones, otras épocas. Te encontraba. Estabas en el tiempo mágico de aquellas horas y minutos que volaban tan precisas y certeras. Dirigías el vuelo con tu figura con la que se levantaban las tempranas hojarascas. Tu presencia acogedora y generosa invitaba a dar el salto, a fundirme en un abrazo, a decirte que ni presente ni mañana ni pasado. Estar contigo era lo máximo. Tus momentos eternos, tus estaciones tan bellas y tu historia de recortes y retazos. Tú estabas siempre. Esperando, con lealtad y con entrega, con sincero entusiasmo. Como el amigo que renuncia a su existencia para dar vida a los seres que se encuentra. Como aquella madre que reúne a sus hijos en el amanecer de una nueva luz y en el atardecer de las sombras. Y yo contigo. Fundiendo mi alma con la tuya. Hallando refugio en tus palabras, aquellas de susurro que el viento al levantarse proclamaba. Contigo. Buscando el frescor de la mañana, la ilusión de unirme a tu presencia y de clavar mi vida en tu regazo. Deseando esa caricia de tus brazos cercándome con tu pasión imperecedera.

                Contemplaba, si, contemplaba y no te encontraba. No estabas en esa plaza de mi vida llena de luz, enfundada a veces de tu hermosa sombra. No se oían las voces de los niños que corrían a tu alrededor, ni el trino de los pájaros que en ti anidaban. No se veían flores ni ramas, ni regazo con plantas que te adornaran. Aquella tarde en tu ausencia contemplaba la soledad de una plazuela desierta. Te han talado, si, y han truncado tu savia dejando huérfana la plaza. Como el amigo que en su esplendor se ciega y enferma de fama y es incapaz de volverse a lo sencillo. No da señales de vida, no consigna misivas ni palabras, no existe para aquellos que le hablan porque no tiene un hueco en su apretada agenda. A ese amigo le quiebran la humanidad y le talan en lo profundo de su alma. Ese amigo pierde la savia como el árbol cortado en mi plazuela. Y ese amigo deja huérfano a los suyos, aquellos que de verdad le aprecian y le han dado cobijo a su existencia. El árbol talado ha dejado huérfana mi vida y desabrigada a la plaza. Plantarán otro, aunque no será ya el mismo árbol ni el mismo calor ni el mismo cobijo. Habrá otro nuevo. Pero como ese amigo será difícil encontrar otro.

                                   

No hay comentarios:

Publicar un comentario