Ya he vuelto a casa, a Sevilla y a mi barrio, dejando atrás el puerto de Áulide y el ara donde cuentan y dicen, íba a ser Ifigenia sacrificada. La bella Grecia hoy también sacrificada por sus miserias económicas que la están alejando y aislando del resto de la reina mitológica de Creta, según, otra vez, Homero.
Y ayer de nuevo, otro oasis, otro encuentro. Qué maravilla es el ser humano. Hacía tiempo que tenía que llevar unas cosas a mi zapatero (éste es real, no como el otro al que para nada me refiero) y ayer, por fin, las llevé. De lejos empezó a saludarme agitando una de sus muletas. Este hombre, sus historias, su pasado reflejado en su rostro es la imagen de dolores y sufrimientos. Y qué buena gente. Ya con su muleta apoyada en el suelo comenzó su retahíla de piropos. Pocos. Ayer no era el día. Enseguida me contó su secreto. Había ido al médico, a urgencias, la noche anterior. Qué dolor. Y me contaba con detalles todo lo que había vivido desde que empezó a encontrarse mal. Su reacción, mezcla de sorpresa y miedo; su temor a preocupar a su mujer; cómo llamaron al médico, cómo se trasladó a urgencias…Sus ojos brillaban recordando la noche anterior. Yo le ví asustado, mucho. Le ví nervioso, intranquilo y muy inseguro. Cuántas pruebas y análisis queriendo descartar lo que no hay o lo que hay; cuántas dudas e interrogantes y el no saber de momento. Buscaba que yo se lo dijera, que no hay nada, que todo se pasa y que lo suyo se arreglará…sus ojos me lo imploraban. Y así lo hice. No hay por qué asustarse. Hasta agosto no hay cita, mucho tiempo, buena señal. No se preocupe que seguramente no es nada. Y su risa nerviosa le delataba…quisiera creer, como él y esperar hasta agosto, esa cita con su destino y con su vida. De vuelta a casa, de nuevo, otro viaje, me preguntaba por mi suerte. Suerte de participar y ser cómplice del destino de un ser humano, casi desconocido, que me ha abierto su puerta y me ha dejado entrar en su mundo y en su interior, en su persona. Me preguntaba por nuestra sociedad, la necesidad de comunicación que todos tenemos a pesar de vivir rodeados de medios. Ni más confianza ni conocimiento ni amistad ni relación ni nada. Esa necesidad de hablar y desahogarse tan propia de todos y tan necesaria cuando surgen los problemas y nos aterra el dolor y el sufrimiento. No sabe mi zapatero que en su sencillez y apertura, me hizo un gran favor: me devolvió de nuevo a la realidad de mi mundo y me dió una lección de humanidad y humildad. Lejos de los mitos y los dioses, vuelta al encuentro con el hombre de carne y hueso y cercano y real. Espero y deseo que su vida siga siendo para los que le tratamos, ese signo de esperanza y alegría con las que siempre nos encontramos en su presencia. Esta sería la mejor de las noticias hasta esperar a la mejor, aquella venidera de agosto...
Y ayer de nuevo, otro oasis, otro encuentro. Qué maravilla es el ser humano. Hacía tiempo que tenía que llevar unas cosas a mi zapatero (éste es real, no como el otro al que para nada me refiero) y ayer, por fin, las llevé. De lejos empezó a saludarme agitando una de sus muletas. Este hombre, sus historias, su pasado reflejado en su rostro es la imagen de dolores y sufrimientos. Y qué buena gente. Ya con su muleta apoyada en el suelo comenzó su retahíla de piropos. Pocos. Ayer no era el día. Enseguida me contó su secreto. Había ido al médico, a urgencias, la noche anterior. Qué dolor. Y me contaba con detalles todo lo que había vivido desde que empezó a encontrarse mal. Su reacción, mezcla de sorpresa y miedo; su temor a preocupar a su mujer; cómo llamaron al médico, cómo se trasladó a urgencias…Sus ojos brillaban recordando la noche anterior. Yo le ví asustado, mucho. Le ví nervioso, intranquilo y muy inseguro. Cuántas pruebas y análisis queriendo descartar lo que no hay o lo que hay; cuántas dudas e interrogantes y el no saber de momento. Buscaba que yo se lo dijera, que no hay nada, que todo se pasa y que lo suyo se arreglará…sus ojos me lo imploraban. Y así lo hice. No hay por qué asustarse. Hasta agosto no hay cita, mucho tiempo, buena señal. No se preocupe que seguramente no es nada. Y su risa nerviosa le delataba…quisiera creer, como él y esperar hasta agosto, esa cita con su destino y con su vida. De vuelta a casa, de nuevo, otro viaje, me preguntaba por mi suerte. Suerte de participar y ser cómplice del destino de un ser humano, casi desconocido, que me ha abierto su puerta y me ha dejado entrar en su mundo y en su interior, en su persona. Me preguntaba por nuestra sociedad, la necesidad de comunicación que todos tenemos a pesar de vivir rodeados de medios. Ni más confianza ni conocimiento ni amistad ni relación ni nada. Esa necesidad de hablar y desahogarse tan propia de todos y tan necesaria cuando surgen los problemas y nos aterra el dolor y el sufrimiento. No sabe mi zapatero que en su sencillez y apertura, me hizo un gran favor: me devolvió de nuevo a la realidad de mi mundo y me dió una lección de humanidad y humildad. Lejos de los mitos y los dioses, vuelta al encuentro con el hombre de carne y hueso y cercano y real. Espero y deseo que su vida siga siendo para los que le tratamos, ese signo de esperanza y alegría con las que siempre nos encontramos en su presencia. Esta sería la mejor de las noticias hasta esperar a la mejor, aquella venidera de agosto...
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