Dedicado a P.G.P
Mediaba el otoño luchando con fuego. Se resistía el estío; sin fuerzas, mandaba sus últimas naves envueltas en débiles rayos. Era una tarde de sábado, el mes, iniciado con hojas caídas y el suelo mojado. Esa lucha con treguas en el horizonte, barría las nubes y desplazaba los vientos dejando a ratos, calentar al astro. Contemplaba la escena, mediaba el cristal en ella. Nadie por las calles, la plazuela vacía no invitaba al relevo. Solitaria, era el testigo de aquella escena caprichosa que algunos lamentaban, también tras el cristal, por el triste sabor de despedida, y otros, en cambio, se animaban por la mudanza que se avecinaba en ese fresco marrón de las hojas y castañas al fuego. Si, era cierto el tono de tristeza y melancolía, la estación que se iba, ganada o perdida, que se alejaba hasta nueva entrega del destino y del tiempo. Si, era cierto y contaba las nubes como quien repasa personas. Difícil la suma por el movimiento interno y externo.
Aquellos nubarrones en danza se desplazaban con gracia y armonía en la inmensa intemperie que habitaba desierta de amistades y apegos. Esa estampa de vaivenes despoblados del ardor y el calor, el otro, de las personas, venía a mi mente y asaltaba a mis sueños. Lloraba la ausencia y gozaba el recuerdo con aquellos momentos que fugaces volaron y arraigaron tan poco. Y buscando mi oasis me hallaba, -el de las bellas presencias urbanas y del respiro en mitad del ruido-, cuando sentí su mano y a los rayos del estío que me envolvían forasteros.
Ahí estaba de nuevo el amigo, si, el amigo. Mediaba la onda, cortaba distancias y su lejanía se me antojaba cercana. Vendió su soledad para encontrarse conmigo. Sonaba el mar y rugía el frío, temblaban de celos que sacudían con bríos. Les había robado su compañero y confidente, me interponía entre ellos, y ahora yo rugía y temblaba y con brío, por la alegría del encuentro y la ilusión de la sorpresa. Oportuno el amigo que llena de fuerzas mis tímidos vacios, que cubre los huecos de mis lamentados quejidos, que tiñe de aliento mis continuos desabrigos. Oportuno quien regala un momento de luz que es alivio, enciende la llama y despliega las alas que inicia el ascenso de un vuelo que es libre y se creía perdido. Oportuno el amigo que me invita a su vida sin salir de mi mundo, que ofrece cariño y arroja los besos que aún no ha sido pedidos.
Se apaga su voz y se diluye el sonido, se ha ido el amigo. Atrás queda su eco y las nubes de otoño que empujaba a los vientos y competía con el sol encarcelando a sus rayos y apresando la palabra. Y miro de nuevo la plaza vacía, ahora un oasis, a merced de los rayos que encienden aún el calor recibido. Atrás la lucha de otoño y estío, atrás la tristeza y melancolía. Un nuevo rayo de ilusión y esperanza se abre en el cielo. Tu rayo, amigo, deseado en mis sentidos y acariciado por mis sueños.
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