jueves, 9 de febrero de 2012

PALABRAS CON PALABRERIA

             


                Noche de perros, si, perros, en la noche. Los han soltado y correteaban ladrando por aquí y por allá, por todas partes. Brincaban tan alto que no he logrado contar cuántos eran los que se asomaban a la ventana de mi sueño. Tampoco he conseguido distinguir el color de la forma, la raza del tamaño y la  calidad del rugido. Más que perros parecían lobos. Enseñaban sus afilados colmillos deslumbrando en la oscuridad de la sombra. Brillo de perros que no de diamantes. Brillo enhebrado en un hilo de bramidos y lamentos. Brillo confuso y acusador. Fulgor y reflejo, en definitiva culpabilizando de algo dicho o hecho, enredado en la inquietud de la penumbra. Y la mirada acumulada con luz y fuerza señalando un no sé qué de torpeza. Un fallo y un desliz abocados a un traspié infeliz e indeseado. Perros o lobos se paseaban por delante de mi espejo, sin espejismo, en la noche abierta a las sensaciones inquietas. Una noche, si, de luna llena.

                Aún no entiendo cómo llegó aquella desafortunada palabra dicha o contada de aquella manera, al parecer, atrevida y osada. Hay días y momentos y minutos que debieran ser borrados del calendario de los pensamientos. Borradas las imágenes y borradas las ideas. Barridas del follaje que la palabrería suelta. Sin nada. Sin adornos ni aderezos, que la desnudez es bella en la palabra, y la sencillez en el término, la llave que enamora. Ese dicho desapacible, fruto de un momento familiar y campechano. Como el mismo fruto que se pierde, inoportuno entre la yerba, y de repente emerge, rueda y nos zarandea, a su gusto y antojo, hasta que nuestro cuerpo, sin remedio, abraza al vértigo y se une, por fin, a la tierra. La palabra que nos tumba, y a veces, hasta nos cava una fosa. Pero sigo sin comprender por qué no vislumbré esa brecha y ese habla traicionera. Por qué me atreví a jugar con la gracia que definitivamente no lo era y me hacía desgraciada por mi poca cabeza, mi falta de lucidez y mi altanería insensata.

                Cómo lamento amigo, esas palabras tan torpes que nos dividen y nos separan. Algo se rompe cuando se dice lo que no se debe y cuando no se acierta con los términos, las expresiones y frases. Algo se quiebra en ese escondite del alma donde moran el aprecio y el cariño, y no hay lugar para simplezas. Divide, separa, se rompe y no se acierta por lo que se quiebra… Y cuando repaso la galería de palabras aún resuenan algunas dichas y reconozco, eran poco apropiadas. No te mereces, amigo, este trato tan ingrato ni todos los malos ratos. No te mereces amigo, ese dolor que te pesa y que te recuerda todo aquello que he dicho. Te mereces una mirada como la tuya, serena, cautiva y seductora. Te mereces una voz como la tuya, envolvente y tentadora. Te mereces unas palabras como las tuyas, elegantes, amables y encantadoras. Te mereces un corazón como el tuyo, enorme y gigante y sobre todo, te mereces un alma de poeta en el que la humanidad solo entiende de grandeza.

                Noche de perros, si, noche en blanco. No duermo, y en mi duermevela solo siento pesar por aquellos momentos que no han sido míos y que he entregado a lo inmediato, aunque lo dicho sea dicho con aprecio y cariño. Esos que me llevan a desearte lo mejor, aunque expresado con torpeza. Poco me importa tu apariencia, poco o nada. Te quiero por ese interior que te honra como persona y que en definitiva, es lo que vale, y es tu tesoro…, es tu esencia.

               

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